Faltan
dos minutos para las nueve de la noche y por la alfombra roja ya han
pasado todo tipo de personas conocidas o no. O la gente entiende
mucho, mucho de cine, o le da a firmar sus cuadernos al primero que
pasa, porque yo no conozco a nadie. De hecho ni me conozco a mí.
Nunca
hubiera jurado que esperara más de una hora para ver pasar a
Richard Gere y a Susan Sarandon.
La
verdad es que ayer era como la noche de reyes, la noche de la
ilusión, y pensé por la tarde, si con suerte era tocado con un poco
del famoso polvo de estrellas
que estos días inunda Donosti.
Estoy
en una tercera o cuarta fila, pero tengo la esperanza de poder ver,
aunque sea por varios segundos, a dos representantes del séptimo
arte con letras mayúsculas.
La
gente que está al comienzo del pasillo llega a la última escala en
sus gritos de fan roto por ataque de felicidad. ¡Ya están aquí!
Comienza
a pasar su séquito personal con cara de “a mí también me tienes
que reconocer”, mientras estoy de puntillas y a punto de emprender
el vuelo.
En
ese momento siento que me pisan como nunca antes me han pisado,
mientras un codo entra en mi riñón izquierdo. No me queda otra que
perder la respiración, mi sitio y agacharme durante cinco segundos.
Miro a mi alrededor buscando a los culpables, pero son mejores
actores que los que hoy desfilan, y nadie se da por aludido. Me
levanto y veo pasar a unos dos metros unos mechones blancos, mientras
los gritos del público llegan hasta Hollywood para que sepan que sus
representantes esta noche ya han hecho acto de presencia.
Me
siento tan mal por el comportamiento de la gente y de la decepción
de mi momento, que abandono la meca de nuestro cine.
Momentos
después y ya al lado del Urumea, la brisa despeja mi estado de
ánimo, y pienso que la culpa es solo mía.
Una
cosa es que te guste ver espectáculos de magia y otra enterarte de
los trucos, del cómo se hace, del ahora famoso making-of
en el cine.
Una
noche de reyes como se presentaba ésta, solo tiene sentido viendo el
resultado del día siguiente, de los juguetes, y no ver quién los
trae.
Los
regalos del cine, si se puede decir eso ahora con lo que cuesta una
entrada, es las películas, y no su proceso.
El
polvo de estrellas cae cada vez que estamos a oscuras en una sala de
cine, y unas imágenes que están en la pantalla nos hacen permanecer
en silencio, y con los sentimientos a flor de piel durante hora y
media más o menos. El resto es pura tramoya, como el desfile de esta
noche por los alrededores del Kursaal, también conocido estos días
como el Palacio del Festival.
*FOTO: DE LA RED