Uno de estos días en que uno está más solo que la una y
que no te queda más remedio que hablar contigo mismo, me preguntaba, que
partiendo de que mi vida fuera una película, quién me gustaría que la
dirigiera.
Tras pensar un buen rato y teniendo presente que ya
muchos días nuestra vida parece muy similar a las aventuras de un Berlanga
desenfrenado, mis pensamientos y gustos se encaminaron en primer lugar hacia
Hitchcock, amo del suspense, pero para regir mi vida quizás demasiado
academicista y clásico, por lo que entonces apareció en mi mente Brian de
Palma, con unas historias a lo Hitchcock pero pasadas por un tamiz vicioso y
anfetamínico, con una saturación de colores rayando en el colocón.
Pasear por las salas de un Museo de San Telmo
persiguiendo a una ninfómana desconocida, con la cara y cuerpo de Angie
Dickinson, mientras un asesino se viste para matar, ya no se hace tan raro
después del caso de la concejala de la provincia de Toledo, cuyas escenas
íntimas han sido desveladas por internet por el malo de su película.
Tener, en la Avenida de Isabel II, una vecina que trabaja
como doble de cuerpo, y que sale todas las noches al balcón, con la cara y
cuerpo de una jovencísima Melanie Griffith, solo vestida con un tatuaje en sus
nalgas, mientras presencia un asesinato en la casa de enfrente.
Cada vez que este vecino del mundo ve por televisión a
Antonio Banderas, siempre se acuerda de la mariposa varada en las nalgas de la
Melania americana, y si seguirá en ellas, o era solo fruto del maquillaje para
aquella película.
Tener el trabajo de un John Travolta como técnico de
sonido, en busca de una voz para finalizar una película, y encontrarse con una
virginal Nancy Allen que le causará el mayor impacto de su vida, pero cambiando
el desfile del 4 de Julio, por la tamborrada de la víspera de San Sebastián y
una abarrotada parte vieja donde no sería fácil escapar de las garras de un
asesino.
No importa el director que fuera, pero incluso un
Polanski podría rodar otra película con un frenético Harrison Ford, en muchas
de esas buhardillas con aire francés que vigilan al Urumea.
Aparte del nombrado hasta el aburrimiento “marco
incomparable”, tenemos un gran plató en nuestras calles y montes del que
todavía no somos conscientes, quizás porque seguimos esperando al amigo
americano. Pero esa ya es otra película.
*FOTO: DE LA RED