La mayoría de las veces tenemos muy diferenciado el concepto de las cosas cuando en realidad no es lo que parece.
Si queremos definir, por ejemplo, el concepto “droga”, una buena definición sería: Cualquier sustancia de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno y cuyo consumo reiterado puede provocar adicción o dependencia.
Presentado así el concepto, voy hablar ahora de un objeto que en muy poco tiempo ha llegado a ser tan compañero fiel como nuestra más querida mascota, y de aspecto, en teoría, de lo más inofensivo que podamos pensar. Me refiero al teléfono móvil.
Este objeto puede hacernos sentir la mayoría de los efectos de las drogas, incluso de las más duras. Es totalmente estimulante.
Salir con uno de los últimos modelos de alta gama, puede llegar a hacer funciones de objeto sexual. Algo grande, duro y que se mueve en el bolsillo, sobre todo si alguien te llama y tienes puesta la función de vibración.
Que produce adicción y dependencia no lo podemos poner en duda.
Quién no ha tenido que volver a casa en un momento dado porque se ha olvidado su teléfono móvil, y desde el instante en que se ha dado cuenta de su ausencia, el mundo para él ha cambiado totalmente y sólo pensaba en volver, porque el mundo sin él ya no tenía importancia.
Cada vez encontramos más gente hablando aparentemente sola y haciendo todo tipo de gestos, y es que lleva los cascos puestos para no llevar el teléfono en la mano mientras hace una llamada.
Fijaros por ejemplo, un día que vais en un autobús urbano, o en el metro, a una hora en que no hay mucha gente. Estamos más aislados que nunca.
Si en ese momento ocurriera algo, un asesinato por ejemplo, muchos de los testigos no servirían para nada, porque la gran mayoría, si no se están pegando una cabezadita, están utilizando una de las muchas aplicaciones de su móvil, y mientras su cuerpo se dirige al sitio programado, su mente, nuestra mente, está a años luz, en una galaxia de las creadas últimamente por nuestro amigo americano, o nipón.
Personalmente hay muchas veces que me encuentro por diversos motivos, solo en casa, y por la noche al bajar la basura, me tengo que cerciorar de que voy con las llaves, y si es con el móvil también, mejor que mejor, porque no sé ningún número telefónico, ya que los tengo almacenados en esa agenda con forma de útima generación, y me quedaría totalmente aislado de todo mi mundo conocido, y no les podría pedir ayuda. Total dependencia del móvil como droga no dura sino durísima.
Muchas veces no me he sabido ni mi número telefónico, y ante la extrañeza de la gente, siempre he dicho que para qué me lo voy a saber si no me voy a llamar a mí mismo. Siempre he tenido clarísimo, otra cosa es que tenga razón, que el cerebro es como un armario donde conviene meter solo objetos útiles, y mi numero de teléfono, para mí no lo es.
A partir de ahora muchos, tras leerme, miraran a su teléfono con ojos diferentes, pero en realidad nada ha cambiado, porque el peligro si lo hay no está en ese objeto, sino en el uso que estamos haciendo nosotros de él.
*FOTO: DE LA RED