Hay momentos en que a este vecino del mundo le gusta perderse en sus pensamientos y en largos paseos por esta ciudad que si algo es, es bonita a rabiar.
Este domingo pasado, sobre las ocho de la tarde, mis pensamientos, y mis piernas naturalmente, me habían guiado hasta los jardines de Alderdi Eder, muy cerca de ese tiovivo con acento francés.
A medida que paseaba, un sonido como de violín pero más melancólico y con cierto toque a lejana voz de mujer iba meciéndome en una especie de feliz relajación.
Circundado por unos niños quietos y con la boca abierta, ví a un joven de unos veintitantos años, y causante de esa música que nos cazaba como moscas. En sus manos, una sierra normal y corriente, con la excepción de una especie de asa construida por él mismo, e insertada en la parte más estrecha de la hoja metálica, mediante la que doblaba y extendía la sierra para sacarle confesiones musicales.
Es curioso que en una época donde está tristemente de moda cortar y recortar sanidad, cultura, y todo lo que se tercie, se utilice precisamente una sierra para interpretar música. Es el mundo al revés.
La mayoría de la gente que pasaba por allí, no podía más que pararse y observar, primero con sorpresa y luego con admiración, a aquel joven que con grandes dosis de delicadeza y buen gusto interpretaba unas piezas llenas de melancolía y esperanza.
Además, las manos de Adriano (Adriano Fernandez, donostiarra de nacimiento pero con muchos años viviendo en Galicia, como luego pude enterarme) te mecían en un mundo mitológico en el que se atisbaba a Ulises mismo atado en la proa de su barco, escuchando el canto de las sirenas, e implorando que le soltaran y así poder acercarse a la orilla para proseguir la búsqueda de aquellos seres que en realidad solo querían destruirle.
Durante una media hora, los reunidos allí asistimos a un curioso fenómeno que bien se pudo denominar “eclipse de sonido”, y es que todos los ruidos de la zona desaparecieron o dejaron de tener importancia, mientras nos deleitó con unas cuantas piezas.
Tras hablar un rato con el domador de sierras, nació una promesa por ambas partes. La mía está claro que hablar de él desde esta ventana, más que una promesa un verdadero placer.
La suya, que cualquier día de éstos añada a su repertorio una banda sonora que pensándolo bien, está hecha para serrucho y orquesta: Candilejas, de Charles Chaplin.
*FOTOS: F.E. PEREZ RUIZ-POVEDA