Hoy sí que se puede utilizar el verbo “ulular” para describir lo que el viento está haciendo sobre el tejado de mi casa. Y no es nada metafórico.
Es uno de los peligros que
pueden ocurrir si te despiertas en la mitad de la noche y recuerdas,
lamentablemente, que la última colada todavía está sin tender, y recuerdas también que aunque suene a título
de película, desgraciadamente no es ninguna película que te has montado, y estás
solo en casa también por Navidad, aunque no seas Macaulay Culkin ni hayas tenido
una adolescencia cuando menos complicada…
Las pocas luces navideñas que
el ayuntamiento donostiarra destina cada año, al menos en mi barrio, se mueven como
locas entre la lluvia que cae como sino hubiera un mañana.
Por esas cosas que no tienen
sentido, mi mente me recuerda ahora mismo, que ya estamos en el día de los
inocentes. Siempre que recuerdo ese día, por cierto, en mi mente aparece
el consabido muñequito de papel pegado a una espalda, que hasta ahora al menos
nunca ha sido la mía.
Bastante se encarga ya el
destino por su cuenta de gastarse bromas el resto del año, de las que por
supuesto sólo se ríe él.
Este año lo de la pandemia ha
sido bastante pesado y un mucho reiterativo. Y a ese carro se han apuntado para
pegar el muñequito con saña en la espalda de la lógica los negacionistas, y un Miguel Bosé llegando a imitarse a sí mismo pero de una manera desaforada.
No me había fijado hasta ahora
la tristeza con un punto de añoranza que se puede desprender de una calle
solitaria en la mitad de una noche, con la lluvia como castigo convirtiendo en
espejo lo que hasta hace poco era asfalto.
En momentos como éste es comprensible que en cualquier instante puedas descubrir una puerta que te dirija a la poesía, y ya nunca veas el mundo de la misma manera. No tiene antídoto, ni hace falta.
*Foto: F.E. Pérez Ruiz-Poveda
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