Hoy he leído por algún lado, que se cumplen quince años de
aquella gran boda de Alejandro Agag y Ana Aznar, la hijísima. Una boda de
cuento, que luego se demostró, que con mucha gente dentro que vivía precisamente de
eso, del cuento, y naturalmente sufragados por todos nosotros.
Me pueden decir que esa fecha conviene recordarla, para no
olvidar lo que luego ocurrió, o mejor dicho, al parecer ya estaba ocurriendo,
sólo que el olor a putrefacción no fue detectado hasta mucho tiempo después. Pero
lo mismo, que una relación tóxica conviene terminarla, e incluso enterrarla, por sus residuos, estos “recuerdos” deberían de ser enterrados, o mejor dicho “ahogados”, como
dice aquella canción infantil, “en el fondo del mar, matarile-rile-ron”.
Y quizás la boda de Agag y Aznar , después de todo, como metáfora en su
concepto es redonda. Una boda de esas que dicen en mi pueblo de “tiros largos”,
para negocios que luego se han ido demostrando que tenían el tiro trucado, que
eran de todo menos limpios. La inocencia de lo blanco de una novia en
contraposición con todo el barro del mundo en muchos de los negocios que los
invitados representaban. O dicho de otra manera, muchos de los presentes
llevaban un buen marrón puesto, por mucho que fueran disfrazados de “marca”.
Un presidente entonces, Don José María Aznar, que casa a
su hija intentando de alguna manera entroncar ese acto con nuestra historia,
usando a El Escorial como túnel del tiempo; y el mismo tiempo ha ido demostrando,
que aquello en lugar de una boda, fue una merienda de negros, intentando
soslayar, en esta expresión, toda connotación racista, aunque en realidad, con
aquella representación de Pasarela Cibeles (que nadie olvidará, y que además de eso se trataba), ellos mismos iban demostrando que
lo suyo era una casta a la que no podía acceder cualquiera.
El tiempo nos hace sabios, amén de viejos, e incluso a modo de moraleja
nos enseña que aunque las vergüenzas se vistan de largo, vergüenzas se quedan.
Lo dicho, momentos como el de la citada boda, que lo único
que tuvo de popular era la ideología de la mayoría de los invitados, es mejor
evitarlos en nuestros recuerdos; más que nada, como en el caso de este vecino
del mundo, para intentar que sus tensiones, alta y baja, no se junten en una
conexión fatal.
¿Lo mejor de aquella boda? La obra de teatro que
representaron más tarde los de “Animalario”, siendo galardonados, además, con
muchos premios, demostrando que incluso de la corrupción también se puede hacer
arte. No confundir, con el arte que muchos tuvieron para adornar su corrupción.
*FOTO: DE LA RED