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martes, 5 de septiembre de 2017

LA BODA QUE SE CONVIRTIÓ EN MERIENDA


Hoy he leído por algún lado, que se cumplen quince años de aquella gran boda de Alejandro Agag y Ana Aznar, la hijísima. Una boda de cuento, que luego se demostró, que con mucha gente dentro que vivía precisamente de eso, del cuento, y naturalmente sufragados por todos nosotros.

Me pueden decir que esa fecha conviene recordarla, para no olvidar lo que luego ocurrió, o mejor dicho, al parecer ya estaba ocurriendo, sólo que el olor a putrefacción no fue detectado hasta mucho tiempo después. Pero lo mismo, que una relación tóxica conviene terminarla, e incluso enterrarla, por sus residuos, estos “recuerdos” deberían de ser enterrados, o mejor dicho “ahogados”, como dice aquella canción infantil, “en el fondo del mar, matarile-rile-ron”.

Y quizás la boda de Agag y Aznar , después de todo, como metáfora en su concepto es redonda. Una boda de esas que dicen en mi pueblo de “tiros largos”, para negocios que luego se han ido demostrando que tenían el tiro trucado, que eran de todo menos limpios. La inocencia de lo blanco de una novia en contraposición con todo el barro del mundo en muchos de los negocios que los invitados representaban. O dicho de otra manera, muchos de los presentes llevaban un buen marrón puesto, por mucho que fueran disfrazados de “marca”.

Un presidente entonces, Don José María Aznar, que casa a su hija intentando de alguna manera entroncar ese acto con nuestra historia, usando a El Escorial como túnel del tiempo; y el mismo tiempo ha ido demostrando, que aquello en lugar de una boda, fue una merienda de negros, intentando soslayar, en esta expresión, toda connotación racista, aunque en realidad, con aquella representación de Pasarela Cibeles (que nadie olvidará, y que además de eso se trataba), ellos mismos iban demostrando que lo suyo era una casta a la que no podía acceder cualquiera.

El tiempo nos hace sabios, amén de viejos, e incluso a modo de moraleja nos enseña que aunque las vergüenzas se vistan de largo, vergüenzas se quedan.

Lo dicho, momentos como el de la citada boda, que lo único que tuvo de popular era la ideología de la mayoría de los invitados, es mejor evitarlos en nuestros recuerdos; más que nada, como en el caso de este vecino del mundo, para intentar que sus tensiones, alta y baja, no se junten en una conexión fatal.


¿Lo mejor de aquella boda? La obra de teatro que representaron más tarde los de “Animalario”, siendo galardonados, además, con muchos premios, demostrando que incluso de la corrupción también se puede hacer arte. No confundir, con el arte que muchos tuvieron para adornar su corrupción.

*FOTO: DE LA RED

jueves, 28 de enero de 2016

EL HOMBRE QUE SUSURRABA A LAS ABEJAS



Haciendo zapping esta noche en la televisión, me he encontrado con Rappel, dentro de la casa de Gran Hermano Vip, cuidando una abejita bebé, en muñeco naturalmente, y dándole el biberón mientras en susurros le decía lo mucho que le quería y lo que le iba a echar en falta cuando terminara la prueba.


Y qué queréis que os diga, entre unos políticos que tal como está el país esperando un nuevo gobierno, pierdan el tiempo conspirando para que otros estén en el gallinero en el Congreso de Diputados, y luego se pasen la culpabilidad unos a otros, pues prefiero quedarme con un vidente que cuando cree que no le observan las cámaras, se le va la pinza y habla con un muñeco como si éste sintiera y padeciera.


Por cierto, y hablando de políticos, se debería de estudiar ese síndrome, porque seguro que tiene que haber uno, con nombre y apellidos, que les entra a los expresidentes españoles, en este caso a Felipe González y a José María Aznar, criticando a los demás, políticos en ejercicio,  como si ellos estuvieran más allá del bien y del mal, cuando durante sus mandatos dieron una de cal y veinte de arena, y pasaron con más pena que gloria.


Lo que sí tiene que ser  totalmente sui géneris será el momento en que el Señor Rajoy, dentro de unos años, y también hablando ex cátedra, juzgue a sus sucesores, cuando si por algo se ha caracterizado su mandato ha sido por no hablar, ni dar explicaciones, y, especialmente, con muchos momentos de silencios y esperas.


Si para algo sirven los años es para poder  comparar mentalmente una determinada época con lo que ahora tenemos, y aquel Felipe González de la transición y de ropa de pana, hubiera estado más cerca de un Pablo Iglesias, el de Podemos de ahora, y no del fundador de su partido. Y sin embargo ahora, ve en él una suerte de hombre del saco. Quizás son las consecuencias de tener, se supone, todas sus aspiraciones colmadas, y como se diría en mi pueblo, su riñón presumiblemente forrado.


Quizás a todo expresidente al abandonar su cargo convendría también regalarles una abejita como la de Rappel, aunque en el caso de Felipe González se le subiera la tensión al recordar, inevitablemente aquellos momentos de otra abejita, la de Rumasa, y aquel grano, Ruiz-Mateos, que le salió a su gobierno,  y que alguna vez se disfrazó de un Superman pegón.


Eso de que  los ya ex-presidentes cuiden a un muñeco y le susurren, siempre será mejor que lo que se ha dado en llamar el sistema de las puertas giratorias y el cobrar por un trabajo que nadie sabe ni cuándo van ni lo que hacen, si es que hacen, y que, en realidad, siempre sonará más a pago por favores realizados.


Así, además, los verdaderos videntes se podrán dedicar a lo suyo,  y dejar de pasearse por realities y similares, desplazados por unos políticos etiquetados como venerables, de pelo plateado y mucho tiempo libre.


Cada mañana me despierto esperanzado, pero al poco tiempo siempre compruebo que seguimos viviendo en un auténtico esperpento. Quizás yo también necesite una abejita a quien susurrar.



*FOTO: DE LA RED