Ya
sabemos que está todo inventado con aquel antiquísimo “no
hay nada nuevo bajo el sol”, pero sí nuevas vueltas
de tuerca a lo ya inventado.
La
sociedad actual es la sociedad de la franquicia, en la
que alguien en su momento tuvo una idea brillante, por decirlo de
alguna manera, y luego esos derechos se los va concediendo, previo
pago naturalmente, a otros para su comercialización en una zona
determinada. Sin embargo, quizás, muy poca gente se haya dado cuenta
de que lo mismo, o muy parecido al menos, ocurre actualmente con las
denominadas sagas familiares, de famosos o similares, en cuyo máximo
exponente se mantiene a la cabeza, y durante muchísimos años, un
apellido que antes nos hubiera sonado solo a rock del
bueno, y ahora tiene unas importantes connotaciones a papel
cuché: Preysler.
Doña
Isabel, supo fajarse de una posición de mujer en
casa y con la pata quebrada, aunque la jaula fuera de oro, a
buscar su propia libertad quizás al abrigo siempre de unos hombres a
priori con un fuerte nombre y presunta gran cuenta corriente, aunque
nadie deba olvidar al amor, pero eso desde fuera nunca se ve solo se
presume.
La
señora Preysler, Isabel para su círculo, nunca para nosotros, ha
sabido rentabilizar su imagen, primero a golpe de exclusivas, navidad
y días importantes para su familia, y luego desgranando su innato
glamour por productos que necesitaban en un momento
dado ser asociados a un mundo de alto estatus, aunque en realidad
solo fuera “piedra o similares” y “chocolate”. Es la reina en
saber vender lo que no existe, porque el glamour no existe, solo se
presupone, como el ya mencionado amor, y lo vende muy bien.
Y
desde hace unos años ya, existen las franquicias “Preysler”, en
forma de sus hijas, porque lo de los hijos es un mundo aparte. Las
tres son universos diferentes, aunque Maria Isabel (más conocida por
Chábeli), haya desaparecido de las primeras páginas del corazón
tras su segundo matrimonio, y consiguiente maternidad.
Tamara,
quizás sea la que levante más disparidad de opiniones,
especialmente si se tiene en cuenta que, como nos han vendido, tras
estudiar en los mejores colegios, el resultado ha sido, todo ello
presuntamente, de un pijotismo elevado a la enésima potencia, y con
unas respuestas que siempre le han dado sensación a este vecino, de
que han sido hechas desde Canarias, por el desfase que siempre existe
entre las preguntas y sus respuestas, esa hora que su rostro parece
que tarda en procesar las preguntas que le hacen. Eso sí, es la más
sincera de la familia, y quizás por eso sus respuestas pueden dejar
a la gente pasmada. El glamour que desprende es un glamour naif, como
una colonia, o un vino de sus bodegas, para la mañana, refrescante y
que nunca empacha.
Y
ya para terminar, Ana, la benjamina de la familia. Se presupone, de
casta paterna le viene al galgo, la más inteligente, y en apariencia
es fría, y analiza sus movimientos, añadiendo además la
experiencia de los que le rodean, al milímetro. Quizás sea la más
guapa de las tres, aunque su belleza sea tan fría como su falta de
empatía con quien la mira.
Esta
franquicia, la Preysler, quizás es la que más futuro tiene, en este tipo de negocio, porque ha
sabido diversificar su producto y adaptarlo a los cambios que el
mercado siempre requiere, toques de izquierda con imagen de derecha
de toda la vida, y con una gran habilidad, siempre que se paran para posar, siempre, siempre, hay una marca detrás, y eso siempre dice mucho, especialmente para la empresa en cuestión.
Para
todos aquellos que quieran invertir, siempre un valor seguro.
*FOTO: DE LA RED