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domingo, 31 de agosto de 2014

LOS MISERABLES, ALGO MÁS QUE UNA SORPRESA

Algunas veces uno piensa que tiene su vida controlada, y ésta, la vida, y sus mensajeros, de vez en cuando te dan bonitas sorpresas. El mensajero de ayer, La Nuri, mi sufrida, que como normalmente se suele decir, me engañó como a un bellaco, y …¡sorpresa!¡sorpresa! Solo faltaba Isabel Gemio, y sinceramente no la eché de menos. Lo que pensaba que iba a ser un paseo por Bilbao, se convirtió en una preciosa velada viendo, y saboreando, el musical “Los Miserables”, en el Palacio Euskalduna.
Si ya se comienza con un regalo sorpresa de la persona que más quieres, digamos, que todo es más fácil para que ese día especial acabe bien, pero el citado musical lo merece.
Este vecino no se quiere referir a este musical, como un espectáculo, porque es, mucho más. Es una obra maestra de principio a fin, porque hay que tener en cuenta que el argumento no es la alegría de la huerta, precisamente. Es un drama, sin anestesia. Se va a sufrir, y lo que se obtienen son lloros diferentes, comprobando la belleza que puede haber en una historia triste.
Más de una escena se convierte en auténtico aguafuerte, con movimiento, pero aguafuerte impresionista (basados en ilustraciones originales del mismísimo Victor Hugo), especialmente porque "impresiona". Como sorprende el comprobar el cariño que se ha puesto por todos aquellos  de los que de una u otra manera depende este montaje.
Los actores, no son conocidos por el gran público, pero son perfectos en su perfección.
Nicolás Martinelli encarnando a Jean Valjean, eficaz en su vertiente de hombre rudo, e inmenso en su lado espiritual, con una voz llena de matices y unos agudos que a este vecino le llegaron a recordar al Luis Mariano de su mejor época.
Ignasi Vidal, “el malo” de la historia, un Javert que no puede comprender que un hombre siempre está a tiempo de escoger el lado bueno. Su presencia en escena, y especialmente su voz de bajo, le hacen el contrapunto perfecto al lado bueno de la historia. Su última escena, por no desvelar más, es impresionante, una mezcla entre una superproducción, y la magia.
Elena Madina, como una delicada Fantine que está para comérsela, y que tiene la suerte de poder cantar el tema estrella de la obra “Soñé una vida”.
Mención a parte merecen las dos jóvenes, ambas excelentes también, pero son el contrapunto la una de la otra: Cosette, interpretado por Talia del Val, con claros registros líricos, y que nos deja en algunos momentos sin respiración por su perfecta ejecución de la obra.
Sin embargo, para este vecino, desde el primer momento “su ojito derecho” es Eponine, encarnado por Lydia Fairén, con una voz melódica en contrapunto a Cosette. 
Eponine no pide amor, solo da, hasta la inmensidad, y a cambio recibe el amor desde la cuarta pared, desde el público, ese mismo que sabe que su amor no lleva a ninguna parte, o sí, tristemente a una…
Cosette es el germen de la mujer moderna, y Lydia Fairén pide a voces un productor que le saque del anonimato, aunque a nosotros nos guste así, solo descubierta para nosotros.
Para terminar con el reparto, no hay que olvidar al dúo cómico, por denominarlo así, que son: Thénarider, con un divertidísimo Armando Pita, y Madame Thénardier, con una Eva Diego, que, en el mejor sentido, se come a todos. Son los personajes más reconocibles de la trama, y los puedes encontrar en cualquier momento en nuestra sociedad actual. Personajes dispuestos a salir a flote aunque siempre naden entre la basura.
Con una producción que no escatima en los últimos adelantos técnicos, incluyendo proyecciones digitales, pero puestos al servicio de la trama, y no al revés.
La obra se puede resumir como una concatenación de actos de amor: Jean Valjean con Fantine, con Cosette, y con el mismísimo malo de la historia; Fantine con Cosette, y ésta con su padre y con Marius. Y, por supuesto, de la parte de producción con el espectador, al que, y visto lo visto, quiere por encima del mero negocio.
Que no os la cuenten, id a verla, no os arrepentiréis.

*FOTO: F.E.PEREZ RUIZ-POVEDA