Hoy he soñado con Mario Vaquerizo. Podía haber soñado con cualquier otra persona, pero ha sido con Mario, y no Vargas Llosa (que al final también se lo ha llevado la "gente guapa"), sino Vaquerizo. Y se me ha hecho,
presuntamente, como su figura: larguísimo.
Hasta ahí todo normal, porque nadie
es responsable de sus sueños, o pesadillas, el problema es que cuando ya había
asumido que “solo” era un sueño, he abierto el frigorífico y me he dado
cuenta de que habían desaparecido las
cervezas que el día anterior había dejado: seis concretamente. Y ni La
Nuri, mi sufrida, bebe, ni yo recuerdo haber bebido, y en cambio, de todos es
sabido, que a Don Mario le gusta la cerveza más que Olvido Gara, bueno, es un
decir…
Quizás, todo lo anterior es el signo de nuestros tiempos.
Hemos aprendido, y es lo triste, a que ya nuestros sueños
no sirven. Nos hemos dado cuenta, nos han enseñado, que todo es una mentira.
Detrás de las promesas, y especialmente las electorales, todo es como el timo de la estampita:
mentira. Nos han dicho siempre lo que hemos querido oír, y al final nos hemos
quedado solos, y hemos perdido hasta la honra.
Y los partidos tradicionales se siguen preguntando por qué
los nuevos partidos, especialmente “el nuevo partido” tiene tanto tirón. Tienen
miedo a esa especie de “revanchismo” que conlleva esa frase de “El cielo no
se toma por consenso, sino por asalto”.
En un país, en el que durante muchos años con la religión como única
opción: pórtate bien, e irás al cielo. O su amenaza: pórtate mal, e irás a los
infiernos, (así, en plural, para acojonar más). Con el tiempo nos hemos ido dando cuenta de que el cielo, los cielos,
sería como la Suiza del pobre.
Lo ibas dejando, esperando que el más allá lo
arreglara todo, y mientras aquí, solo unos pocos se ponían morados. Y quizás,
todo eso, lo hemos ido descubriendo poco a poco, al ir desvelándose “el
choriceo nacional”. Que aquellos que se nos ponían como ejemplo: Mario Conde,
Rodrigo Rato, orgullos del patio nacional, con el tiempo nos salían rana. Y habían sido los primeros de la clase, claro, de la suya.
Incluso, nuestro rey, el de prácticamente toda nuestra
vida, el que, en teoría, “nos salvo del 23 F” también se confundió, porque en
un segundo de vergüenza torera nos pidió perdón y nos dijo: “Lo
siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Y entonces, también, nos dimos cuenta de que un monarca “tan
cercano” también hacía de las suyas, presuntamente.
Y ya hemos aprendido que cada vez que alguien se dirige
al pueblo, con la otra mano, la que no vemos, nos quita algo. Y ya no nos
queda ni el cielo, aquello que íbamos a tomar por asalto. ¿Y los sueños?
Ya no quedan tampoco. Sueñas con poco, ya hasta el nivel
es bajo, muy bajo. Sueñas con Mario Vaquerizo, y te desaparece la cerveza.
Y luego, el gobierno todavía en el poder se pregunta qué
habrán hecho mal para que se tome el cielo por asalto, y no se intente llegar a
un consenso.
El consenso, como las armas, lo carga el diablo, y el
diablo está en la poltrona, y nunca lo
dejará. Quizás porque el poder de la poltrona convierte a cualquier ángel, o
sucedáneo, en el peor de los demonios.
Y el domingo …., hay que ir a votar. Y no me queda ninguna cerveza … Me han robado
lo único que me quedaba. Ya lo dijo Don Gustavo: ¡Dios mío, qué solos se quedan
los muertos!
Y humildemente, este vecino añadiría: Y secos, muy secos,
tanto como la mojama, ... o como Mario Vaquerizo.
*FOTO: DE LA RED