Antes de nada este vecino quiere recordar que 15
años y un día, es la película elegida por la Academia de las Artes y las
Ciencias Cinematográficas de España para representar a nuestro cine en la
carrera a los Oscar de este año.
En realidad la historia compete a tres diferentes
generaciones aunque la chispa la genera el miembro más joven de una “improbable”
familia ubicada en las cercanías de San
Sebastián, en recuerdo, quizás, al origen de los progenitores, tanto de la directora,
y coguionista, y del otro autor del guion, Antonio Mercero, hijo.
El mismo
título de la película hace un guiño a la edad del protagonista, entendida su
juventud como una condena a los que le rodean.
Ya con el primer plano, una inspirada Gracia Querejeta, nos
indica claramente que toda la película va a girar, como gira la cámara, en
torno al personaje de Jon, el hijo. Otro logro de Gracia es que la historia
fluye de manera natural sin apariencia de drama, aunque lo sea, sin apariencia
de comedia, aunque lo sea. Es una historia agridulce, como la vida
misma, pero con mucha luz, incluso la mayoría de los fundidos entre escena y
escena no son a negro.
En una muestra de lo estresante que puede ser un adosado
cuando te llevas mal con el vecino, y cuando en la familia se habla de todo
menos de lo que verdaderamente importa, Jon se convierte en un rebelde con
causa, motivo por el cual, conoceremos más
tarde otra tierra, otro ambiente, donde reside el abuelo, y a quien se acude como antídoto para, apelando a su seriedad y
presunta ecuanimidad, intentar imponer un poco de orden en el caos, mediante
una colección de “noes” a los que el miembro más joven de la familia no está
acostumbrado.
Hay personajes, como el de la madre, que confiesan
abiertamente que son incapaces de reconocer los sentimientos, y necesitan que se los
digan. Por eso mismo, quizás, se construyen otros hechos diferentes a los
reales para así salvaguardar su verdadera actuación. Lo importante no es lo que
realmente ocurrió, sino cómo se cuenta. Otras personas son utilizadas como excusas para
seguir viviendo.
La figura del abuelo encarna la búsqueda de la verdad, entendida
ésta como una cuestión de honor, por encima de todo, incluso de su conveniencia,
desviación profesional de su antigua pertenencia al ejército.
Los adultos son personajes de una sola cara, son como
son, y ni quieren ni pueden cambiar, aunque quizás al final con ese plano de
unos pies corriendo por la arena, hay un camino a la esperanza.
Por el lado de las interpretaciones, encontramos a una Maribel
Verdú, encarnando a la madre sufridora del protagonista. Es una interpretación muy ajustada y sobria,
y con una gran escena de lucimiento personal mientras habla a su hijo postrado
en la cama de un hospital.
Tito Valverde encarna a Max, el abuelo, un personaje duro
en apariencia pero que, como dice otro de los personajes, habla más con los
ojos que con la boca.
El joven Aron Piper, es Jon, y presunto culpable de las
desdichas familiares. Una interpretación llena de frescura y espontaneidad, y
que capta las simpatías del público desde el primer fotograma.
Bajo la apariencia de una narración suave y con momentos de aventura juvenil, se esconden
diversas cargas de profundidad que darían para muchos coloquios: secretos de
familia, inmigración, incomprensión… Un buen guion y película, que aunque
salgas del cine con un buen regusto, tu mente querrá analizarla en los días
posteriores, y ese, precisamente, es un buen síntoma y logro.
Película totalmente recomendable, aunque apuesta muy
arriesgada a nivel internacional por parte de los miembros de la ya citada academia.
*FOTO: DE LA RED