Alguien me ha preguntado estos días si mi intención es sembrar
doctrina desde mi blog. Nada más lejos de mi ánimo, porque en primer
lugar no tengo alma de labrador, para ir esparciendo algo, ni me creo
importante, aunque no me quede más remedio que ser mi mejor amigo. Hay
incluso días que mantengo duras disputas conmigo mismo, para convencerme en mi
manera de seguir la vida, con lo que para convencer a los demás lo tengo más
que difícil, crudo.
De todas maneras, nunca fue esa la intención que me
acompañó al comenzar este blog, sino que las ideas que tengo, buenas o malas,
juiciosas o descabelladas, siempre es mejor que al llegar se queden, como los
pájaros en su nido, y no que vuelen para siempre, porque ya lo dice la canción:
la
distancia es el olvido.
Además, mis lectores no deben de olvidar que el que se
comunica con ellos es un personaje, el vecino, con lo cual en cierta
manera es tomar distancia y hacer que todo lo que se cuente no sea la verdad,
sino la supuesta verdad del vecino que nunca será la versión aséptica, sino la
verdad vista a través de la ventana del vecino. Y ya se sabe que la ventana
siempre es un hueco limitado que quizás impida ver la verdad en toda su
dimensión, y hace además que el vecino, al lanzar sus ideas, solo queden las
ideas al descubierto, y él esté protegido.
Ya se sabe que nadie es profeta en su tierra, con lo cual
siempre es mejor hacer que sea un personaje, en este caso un vecino, que aunque
hable muchas veces desde Donosti, también es un Donosti tras la neblina de la
realidad hecha ficción, y al revés.
Para aquellos que estén acostumbrados a consumir televisión
diariamente, este blog sería un canal temático lanzado por una cadena local abierta
al mundo, porque para algo deben de servir las nuevas tecnologías.
Mientras que para los acostumbrados al deporte, este blog sería una especie de “punching
ball” en el que se golpean ideas, y en
el que siempre hay que mantener presente que las ideas que van siempre pueden
volver y golpearte en la cara.
Ya para finalizar, a medida que nos
vamos haciendo mayores, dejamos de preguntar el por qué de las cosas, y
nos limitamos a analizarlas y ponerles el sello de “me gusta” o “no me gusta”
para dejarlas que pasen, o no, la aduana de nuestro mundo, y se conviertan en
parte nuestra.
Lo dicho, ni tengo alma de labrador, ni nunca he querido llevar a nadie al huerto, al menos en
ese sentido.
*FOTO: DE LA RED