En
algún sitio he oído alguna vez que el cuerpo humano tarda veintiún
días en que algo que empiezas a hacer reiteradamente, el organismo
lo tome como costumbre. Eso ha debido de pasar con el mío, con mi
cuerpo, que ayer, tras llegar de un largo viaje en autobús, y
después de haber descansado bien en casa, mi cuerpo me pedía
moverme por Donosti. Mientras mentalmente me decía aquello de
“hogar, dulce hogar”, pasee mi palmito por las pasarelas de la
Concha y Ondarreta con una apariencia de guiri despistado y de
horario cambiado, y ahora mi cuerpo me da síntomas de catarro.
Algo
así, a lo de enfriarse, nos debió de pasar a todos los españoles
cuando nos liamos la manta a la cabeza pensando que eramos nuevos
millonarios, por la costumbre de estar viviendo bien, en lo que cabe,
y nos metimos en hipotecas varias, pensando que el buen tiempo de
nuestros bolsillos iba a durar para siempre, y que en
el idioma de David, el Cámeron de su isla,
sería forever and ever,
y ha durado menos que un marido a Paulina Rubio.
Y
por si todo eso fuera poco, ayer sobre las diez y pico de la noche,
estaba viendo la televisión con txapela,
o ETB, un programa sobre
edificios importantes, y allí que aparece mi coco, u hombre
del saco particular, Martín
Berasategui, con su buen humor de siempre, recalcando su preparación,
ganas de hacerlo todo bien, y lo que se acuerda de Donosti allí
donde la vida le lleve.
Estoy
convencido, además, de que al Señor Berasategui, con el tiempo le
harán santo, porque ya tiene el poder de estar en TODOS los sitios a
la vez. De hecho, hoy estaba pensando en ir al cine, por aquello del
día del espectador, y me lo estoy replanteando, por miedo a que
aparezca también en la película, y se tenga que parar la trama,
para recordarnos lo trabajador que es, y que antepone nuestra
felicidad estomacal a su vida diaria, y que ésta es mucho mejor, si se
vive en Donosti, aunque luego él tenga negocios por todo el orbe.
Siempre que le veo, dicho sea de paso, porque no me queda más
remedio, me pregunto cómo lo hace para estar en todas partes, y
además atender a sus comensales debidamente. Pero es solo una
pregunta retórica, porque tengo miedo a que me aparezca delante de
mi ordenador, y me dé la chapa con esas intensas maneras suyas de
decirte en cinco segundos, frases que normalmente durarían un minuto
cada una.
Gracias
a Dios, o al que sea, sé que en el más allá, si es que lo hay, no
volveré a ver al Señor Berasategui, porque él seguro que va al
cielo, más que nada para supervisar las cocinas, que tienen que ser
inmensas, por aquello de seguir haciendo manjares celestiales, y
mientras, este vecino del mundo, por no ser creyente de la doctrina vital del citado filósofo/cocinero, se verá abocado al infierno de
los impíos, y a seguir pagando, para más inri religiosamente,
la hipoteca, porque me he enterado, que de eso no te escapas ni en el
más allá.
*FOTO: DE LA RED