Mostrando entradas con la etiqueta parábola. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta parábola. Mostrar todas las entradas

sábado, 11 de junio de 2016

UNA PARÁBOLA EN ZAPATILLAS



Es curioso el poder asociativo que puede tener nuestra mente.


Esta misma mañana me preparaba a atacar el frigorífico a la hora del desayuno, cuando las ganas han podido con el orden, como la mayoría de las veces, y un frasco de guisantes a medio terminar ha caído al suelo. Naturalmente, por aquellas tonterías de la ley de la gravedad, se ha roto, y la verdad es que se veía venir, con un frasco que desde hace varios días pedía su libertad apareciendo por todas partes cada vez que quería coger algo.


Limpiando el desaguisado, y los guisantes, claro, a mi mente han venido, mientras observaba, por última vez espero, esas “caras” verdes y húmedas, y ahora viene la asociación de ideas a que me refería,  me he acordado de todos esos “amigos” que aparecen muy de vez en cuando, como si se despertaran de su hibernación, y tienen anotado en su calendario “Vamos a tocar los pies a Fulanito”. Y lo hacen como sin molestar, pero cuando se van, desgraciadamente no para siempre, Fulanito, que eres tú, tiene más problemas que antes, y una mala leche que te sale por las orejas. Y deseas tener una escoba gigante, y el coraje necesario, para barrer de tu mapa, y de todo mapa, a esos problemas disfrazados de amigos.


Un poco avergonzado (el vecino del mundo es como es), por haber sido tan malo para asociar a “amigos” con guisantes, me he preguntado por el por qué de esa asociación que más que atacarme a traición, me ha violado y hecho suyo, aunque sólo sea por unos minutos. Y tras ducharme, y ducharme, para limpiarme por dentro y por fuera, creo que he encontrado una respuesta: la influencia de la religión, y en este caso, de esa manía de explicarnos todo con parábolas, y atribuirle a una simple historia, un significado. Porque si a la parábola le quitamos todo el halo místico, o religioso, no deja de ser un cuento con su moraleja.


Sin olvidar, claro está, ese concepto de "culpa" con el que siempre se nos ha atacado, y en cierta manera, "domado", especialmente desde nuestra Iglesia. Espero que Dios me perdonará por todo lo dicho, ya si eso ...


Y mi parábola de hoy ha sido la del guisante, mediante la cual se nos “sugiere” no almacenar amistades que normalmente estarán ya caducadas; siendo, la mayoría de las veces sin darte cuenta, en una especie de sufridor del Síndrome de Diógenes; recopilador, más que de almas en pena, de almas que producen pena, y …sufrimiento.


Os dejo, por hoy, ya perdonareis. Voy a urgencias, porque parece que con el “flagelo” de los recuerdos y culpas, me he debido de exceder y tengo alguna heridita de …nada.

*FOTO: DE LA RED

martes, 18 de febrero de 2014

EN UN ABRIR Y CERRAR DE OJOS

Ayer haciendo uno de los gestos aprendidos en el siglo XX, el zapping, redescubrí a todo un actorazo como lo es José Sacristán.
Muchas veces olvidamos que hay vida detrás de la pequeña pantalla, aunque ésta sea de cuarenta y dos pulgadas, o más, y gente como el Señor Sacristán que lleva el veneno de los “cómicos” infectando irremisiblemente su sangre, y una larguísima carrera profesional, sigue viviendo, aunque nosotros apaguemos  nuestro aparato receptor, y no deseemos que nos cuenten “más películas”.
A este vecino le vino a la mente la triste historia contada en “Viaje a ninguna parte”, en la que Sacristán precisamente es uno de los protagonistas, y que viene a ser la parábola de la vida de un actor. La diferencia entre la realidad y la ficción, y la triste diferencia de rodar una película o montarse una película sobre la vida misma.
Estamos cansados de volver a acordarnos de grandes figuras de la escena en el momento de su fallecimiento, y que no habíamos vuelto a saber nada más de ellos durante muchos años. Lo cual no significa necesariamente que no hayan seguido trabajando en su terreno profesional, sino que las luces que enfocan la actualidad diaria, enfocaban hacia otro lado, no necesariamente mejor.
Y la actuación, salvo excepciones, no es un arte que se almacene, como puede ser la pintura por ejemplo, sino que se escribe y muere en el aire. Los gestos, la voz, vienen y van. Nacen y mueren en un instante. Aquí sí que se puede decir eso de “en un abrir y cerrar de ojos”, los mismos para los que nacieron, los ojos del espectador.
Por todo eso es una pena que maestros como Don José Sacristán, se prodiguen delante de nuestros ojos tan poco. Quizás en este caso sea porque ya esté más allá del bien y del mal, y haya llegado a la conclusión de que él y su familia, deban de ser los principales actores y espectadores de sus propias andanzas. Sabe, sin ningún género de dudas, de que ya no le queda nada por demostrar a nadie. Por eso, muy de vez en cuando, nos sigue perfumando con preciadas gotas del tarro de sus esencias, no para que nos acordemos de él, que seguro que no lo necesita, sino para hacernos ver, con sus magníficas interpretaciones, lo bien que nos conoce, lo bien que conoce al hombre.

*FOTO: DE LA RED