jueves, 19 de enero de 2012

CAMINO A LA PERFECCIÓN

Ha llegado el día, o mejor dicho la víspera de San Sebastián. Esta noche a partir de las doce miles de tambores romperán el presunto silencio con la Marcha de San Sebastián, y los demás sones compuestos la mayoría por el maestro Sarriegui.
Este vecino del mundo no es donostiarra de nacimiento, y por lo tanto es más fácil que recuerde su primera víspera de San Sebastián en la capital. La verdad es que tuvo la suerte de que fue además diferente por el momento en sí. 
Acababan de legalizar la ikurriña, y esa noche de la víspera de 1976, fue algo entrañable. Era el primer año estudiando en Donosti, y con un ambiente más especial todavía, donde aparte del tambor, la principal presencia fue la de la ikurriña, muchísima gente la portaba. Hubo quien tuvo que hacer el agosto en pleno invierno fabricándola.
Al no ser donostiarra, quizás este vecino puede opinar de una manera más libre de ataduras sobre el comportamiento de un nativo, con relación a la fiesta en general. 
Quizás por aquello del marco incomparable, con lo que siempre se denomina a la bahía de la Concha, no olvidemos que un marco siempre rodea a algo especial, el donostiarra de pro se siente observador por donde va, siempre de punta en blanco, eso sí. Él, en general, no se mezcla con los acontecimientos, observa y analiza la situación, la juzga. Es muy frío, y lo saben, por ejemplo, los árbitros de fútbol en Anoeta, pues para ellos ese campo es un auténtico paraíso, y dónde pueden arbitrar como si los txuri-urdin fueran el equipo visitante.
La víspera de San Sebastián, un verdadero donostiarra, siente, y sólo por una vez al año, la llamada de la selva, y se desmadra. Cena y bebe tranquilamente, no cualquier cosa, a ser posible de lo más caro, y es que es una noche especial, pero en cuanto la primera campana separa un día del otro, un donostiarra de pedigrí rompe con su entorno si ve que no le acompaña, y se convierte en un maestro del tambor y de un tenor en potencia, y convierte cada golpe de tambor en un latido de su corazón. 
Visto desde fuera, a partir quizá de la segunda hora, el espectáculo de la tamborrada es un poco reiterativo, sin embargo para un donostiarra que se precie, cada vez que toca es un metro que avanza en su camino a la perfección. Y ese día avanza y avanza metros en su particular camino. Quizás un neófito acabará con dolor de cabeza el día de San Sebastían, aunque no se le ocurrirá reconocerlo, y sin embargo para un donostiarra es el día que menos horas tiene. ¡Gora San Sebastián!

*FOTO: DE LA RED

2 comentarios:

  1. Vaya, vaya... un poco irónico te veo, amigo Patxipe. Pero tienes razón, la fiesta de San Sebastián es uno de los mejores ejemplos que tenemos de cómo los vascos convertimos en maravillosa cualquier cosa, por simplona que sea.
    La sidra, el chacolí, la Mari-Jaia, el Olentzero, los alardes, la txalaparta, etc... todo ellos cosas de muy poco fuste y mucha mediocridad convertidas en adorable y ancestral Kultura. Y vienen los de fuera a admirar bobaliconamente cualquiera de ellas, que no dejan de ser costumbres y productos locales dignos de ser disfrutados en su justa medida, pero no convirtiéndolas en movimientos de masas insoportables, como en la proliferación de tamborradas, que tenemos que soportar a cientos, por aquello de que la base de nuestra afición es desfilar y que los demás nos miren.

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    1. Tu lo has dicho:"...desfilar y que los demás nos miren."
      Eso mismo hacen los corderos.

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