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viernes, 29 de junio de 2018

SALIR DE CASA, TODA UNA AVENTURA



Sin ella pedírmelo, a la ayudante de mi dentista le había prometido que esta vez sería puntual a la hora de llegar a la consulta, porque últimamente, y eso que vivo a menos de cien metros del despacho, siempre me faltan unos diez minutos para llegar a la hora exacta, sencillamente porque me pilla el toro de la impuntualidad.

He salido de casa doce minutos antes, y se me ha ocurrido coger cierta cantidad de dinero para darle a mi dentista un alegrón, y pagarle una parte de lo que ya me está haciendo. Como acaban de quitar una sucursal de Kutxa, al lado mismo de mi casa, esquina Isabel II con Felipe IV, he tenido que ir a otra, esquina Isabel II con Avenida de Madrid, cerca también y que me iba de paso. 

No contaba, sin embargo, con que bastantes ciudadanos han debido de pensar lo mismo. Y he tenido que aguantar una cola de unos diez minutos, ¡ojo!, sólo para sacar dinero de un cajero, y había varios. Con lo que una vez más he vuelto a pecar de impuntual, aunque sólo hayan sido tres minutos, y además, en el caso de hoy, de no cumplir la palabra dada.

Como cliente, cada vez estoy más harto de los recortes que están haciendo especialmente, en las antiguas cajas de ahorro. Está ya todo diseñado (menos ventanillas y para ciertas cosas horario reducido) para que tú mismo te busques la vida, vía internet, y te hagas, en una especie de self-service bancario, tus propios movimientos en las cuentas. Eso sí, gentilmente te siguen descontando comisiones, en una especie de "trabajas tú, pero siempre gana la banca".

Tras la visita, hoy breve, al dentista, y volviendo a casa, he pasado por una panadería cercana, de esas que hay ahora en plan "boutique", y que tienes que describir el pan que quieres, de la veintena que tienen. Ya de las dos chicas que tenían sirviendo, sólo queda una, y tiene que atender dos mostradores, el de los panes y otro zona de pastelería y cafés. Que por cierto, desde la última vez que estuve ya han puesto dos mesitas más (para ocho clientes esmirriados), con lo cual ya solo queda sitio para que los que sólo vamos a por pan, tengamos que hacer fila india, sí o sí.

Mientras le he pedido con mi dedo índice la barra exacta que quería, le he dicho con ironía, ya me conoce, que veo que sus jefes siguen ampliando el negocio, Y que como sigan variando diferentes ambientes durante el día, en cualquier momento le veo aprendiendo baile de barra vertical. 

Como Elizabeth María, ya sabe de mi ironía, me mira riéndose y me dice con un bonito acento caribeño:- O también puede ser que el cliente, a la manera de los negocios suecos, tenga que venir a coger los ingredientes y fabricarse él mismo el pan que quiera. Y además seguro que os cobrarían más. Porque yo también incluyéndome como cliente, hay que reconocer que tenemos un punto masoquista.

Y en ese momento me acorde de Don Chicho Ibañez Serrador, que siempre ha dicho que el espectador (y todos somos, en cierta manera, espectadores de la vida) tiene mucho de masoquista, que le gusta que le hagan pasar de la risa al llanto, al susto, y a la incomodidad. Y además paga por ello.

He venido a casa muy preocupado, estando casi seguro que en cualquier momento será prácticamente obligatorio para salir de compras, ir en chándal, y que se convierta aquello en una especie de pista americana batiéndonos el cobre para conseguir cada producto, que además, al final no nos engañemos, también habrá que pagar, y muy probablemente más.

Muchos negocios, de una manera sibilina quizás, tienden a ello y ... ¿no nos damos cuenta?

*FOTO: DE LA RED

sábado, 5 de mayo de 2018

...Y LA TELEVISIÓN SE PUSO BIGOTE



Hoy es uno de esos días que dices “No sé por qué me he levantado”.
Porque nada más despertarme, 8:35 horas, y poner el programa de Pepa Fernández, Hoy no es un día cualquiera, en Radio Nacional, nos ha golpeado con la noticia de que Don José María Iñigo acababa de fallecerMe he quedado sin habla, pero lleno de recuerdos. 

Iñigo de 75 años, ha sido, y se dice fácil, todo en nuestra televisión cuando era una y grande. Su bigote, casi bigotón, trajo aires de modernidad a una televisión que con él comenzó a vigilar lo que se llevaba en el extranjero.

Si tenemos que dar tres nombres que han significado mucho, modernización incluida de nuestra tele, sin duda uno de ellos sería Iñigo, fichando lo mejor para sus programas. Los otros dos, y no precisamente en orden de importancia, y para este vecino del mundo serían, Don Valerio Lazarov y Don Chicho Ibañez Serrador.

Aunque Don José María, Iñigo para siempre, es de todos nosotros, él, y especialmente en las distancias cortas, siempre ha ejercido, y lo era, de bilbano.

En un programa de Euskal telebista supimos por su boca, que él nació y vivió hasta su juventud en el bilbainísimo Teatro Arriaga. Creo recordar que su padre era, por decirlo de alguna manera: “eléctrico-técnico de luces”. Y que su  interés por el inglés, lenguaje, le hizo ir abriéndose miras, para primero hacer sus pinitos en alguna emisora bilbaína, hablando de música, y así poco a poco tras un tiempo en Londres, se afincó en Madrid, convirtiéndose en uno de los críticos más serios de la música de los sesenta, antes de dar el paso a la televisión como presentador de programas inolvidables como Directísimo, Esta noche … fiesta, Fantástico.

Sus programas de aquella época eran de corte similar a los americanos, y que atrapaban al televidente, actuaciones musicales con lo último de lo último, entrevistas a personajes famosos alternando con ciudadanos desconocidos pero llenos de anécdotas o cosas curiosas que contar.

Si nos piden un recuerdo de la televisión en blanco y negro, para la mayoría, siempre nos acordaremos de aquel Uri Geller, el mentalista, y siempre alguien cercano nos dirá que vio alguna cucharía doblarse o reloj averiado que empezaba a funcionar.

Iñigo es un ejemplo claro del renovarse o morir. Ha hecho de todo: crítico de música, presentador de televisión, crítico gastronómico, revistas de viajes. Colaboró en alguna película musical como “Un, dos, tres, al escondite inglés”, en 1969, y treinta años después en “Muertos de risa”, de Álex de la Iglesia. Y como nunca le importó arriesgarse, en 1975 encabezó el reparto de la película, de las que se llevaban entonces, “Terapia al desnudo”, de Pedro Lazaga, junto a Carmen Sevilla y la por entonces conocida María Salerno.

Ha estado hasta, muchos años después evidentemente, en la isla de los Supervivientes presentando in situ el programa. Por cierto, y muy pocos sabrán: Trabajó en el circo, en un número con elefantes, y de ahí que tuvo que sacar el carnet de domador, cosa que comentaba de vez en cuando en los programas en los que colaboraba, que todavía lo conservaba.

Iñigo, en cierta forma, al ser, a su manera, un fenómeno de la naturaleza, debería de haber sido declarado: Bien de Interés Cultural, aunque quizás en su modalidad de “andante”. Hay que tener en cuenta que ha sido "un muy conocido" durante más de cincuenta años; sin poder pasar desapercibido, ni dar un paso sin que nadie le dijera nada, por lo que se le podía perdonar esa poquita mala leche que de vez en cuando mostraba.

Es una pena que nos abandone, así de improviso, sin tiempo a prepararnos para su pérdida, porque si no tontos, desde ahora vamos a ser un poco menos sabios.

Descanse en paz Don José María Iñigo. Te queremos, y mucho.

*FOTO: DE LA RED