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domingo, 12 de enero de 2014

OPINAR POR OPINAR

Si de algo se puede caracterizar el británico de a pie es de ser demócrata de los de toda la vida,  y de que en teoría está acostumbrado a dar su opinión desde hace muchos años, especialmente cuando tiene una “bitter” o una “lager” en su mano, marcando territorio en el pub de toda la vida, o encima de una caja en Speakers Corner, de Hyde Park, los domingos por la tarde.
Muchos de nosotros, en cambio, por cuestiones de edad, somos “demócratas sobrevenidos”, y aunque menos dados a mostrar nuestra opinión, cuando el “paisaje” nos es propicio también “largamos”, y en muchas ocasiones ponemos más ahínco que la Patiño y su vena del cuello, intentando rebatir a un contertulio.
Quizás por esa historia nuestra, y los años de dictadura que nos precedan, más que de coloquios pecamos de soliloquios, porque “nuestro yo”, qué le vamos a hacer, siempre tiene razón.
Últimamente andamos de capa caída, ya que uno de nuestros nichos de opinión más importante, que es el del jubilado, por aquello de la explosión y consiguiente desinfle de la burbuja inmobiliaria, ha perdido muchos lugares y metros cuadrados en dónde opinar.
Encontrar una valla de obra, homologádamente amarilla, donde el varón jubilado pueda apoyar su pie en claro homenaje a aquellos conquistadores de antaño, que ponían el suyo en tierra indígena, y hablar sobre el desarrollo de la obra, ya es más que una quimera. Y si añadimos los ajustes económicos del gobierno que devienen en desajustes de nuestros bolsillos, cada vez es más difícil dar nuestra opinión, entre copa y copa, o entre pintxo y txikito, porque opinar por opinar, por mucho espíritu democrático que se tenga no tiene ningún norte, o sentido.
Y es que, al final, ¿de qué sirve opinar si no tienes nada que llevarte a la boca?

*FOTO: DE LA RED