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miércoles, 29 de junio de 2016

ME EMOTICONO DE VERTE



Los emoticonos, hoy este vecino del mundo va a hablar de una convención social que ha inundado todo, y ya apesta. No se puede decir que, este blogger con su artículo, no se ha mojado desde un principio, en contra de lo que asegura normalmente, más de uno de sus lectores.


Utilizar  un emoticono, suena duro y quizás pedante, pero sería algo así como comprarse una vida en un prêt-à-porter. Irse por las ramas para decir algo sin entrar en el meollo de la cuestión. Y lo que es aún más duro, ser un “pagafantas”, antes de expresarle a su querida lo buena que está, y que prefieres decirle miles de tonterías para que siga cerca de ti, antes de que se vaya; porque sabes desde un principio, que por ti mismo no le atraes, y que te quedarás más solo que la una.


Usar un emoticono es llamar al Cyrano de Bergerac de las redes sociales para que haga un posado por ti para la Roxane que todos queremos llevar dentro.


Un emoticón es una excusa para continuar en línea sin demostrar tus verdaderas cartas, el enseñar una excusa mientras quizás quieres robarle la cartera, o lo que es peor, un sentimiento.


Un emoticono es una eyaculación precoz de un sentimiento antes de haber nacido. Es hacerse un selfish sin haber posado para ello. Valorarse tan poco que no se confía en uno mismo, y prefieres andar por sendas trilladas. Plagiar opiniones sin tan siquiera molestarse en disimular.


La rapidez de la vida hoy se retransmite por un teléfono sin cables ni ataduras, y los emoticonos serían una especie de código morse para voyeristas, explicaciones de manual para sedientos de imágenes; una especie de escritura jeroglífica para neonatos en la carrera de expresar sentimientos; dibujos que te doblan las escenas en las que se ponen en riesgo los más profundos sentimientos.



Hay más de uno, por favor no pertenezcas nunca a este grupo, que se merecería que su lápida se resumiera con un simple y seco emoticono.


*FOTO: DE LA RED


sábado, 16 de enero de 2016

CUANDO LA RASTA, COMO EL GRAJO, VUELA BAJO...


Tengo una vecina de hace muchos años, a la que llamamos Villalobos, o entre los que llevamos más años en el vecindario simplemente nos referimos a ella como La Celia. Creemos que ella, naturalmente, no lo sabe, y eso suele ser lo bueno de estos jueguecitos, aunque a algunos los puede cargar el diablo, pero el nombre le va como anillo al dedo.


Las reuniones de vecinos sin ella no serían nada. Y es que a nuestra Celia Villalobos, como a la original, le gustan los charcos una “jartá”. Es capaz de convertir uno de ellos, y sin esfuerzo, en piscina olímpica y homologada.


Nuestra Celia también tiene un mucho de clase social, y es que cuando te mira y te habla, nadie sabe cómo lo hace, pero parece que es desde arriba y, siempre, siempre, perdonándote algo; y con ese aire de cabeza mecedora, moviéndola de arriba abajo, con la que te está dando a entender que el tiempo le dará la razón, porque incluso fue ella la creó el tiempo, o que cuando llegó el tiempo, el de medir, el que viene y pasa, ella ya estaba.


De este año se puede decir, que antes de las primeras nieves, vinieron las primeras rastas, al menos al Congreso, y con ello ha quedado más que claro que en España siempre hemos sido un país de apariencias. 


Celia Villalobos, la verdadera, la del Candy Crush, y su mariachi, preocupados por los posibles piojos que pudieran venir como inquilinos del de las rastas, y, sin embargo, tranquilos ante ese diputado, para más señas de su partido, trajeado, limpio y oliendo a colonia de la cara, que se paseaba retador mientras su honorabilidad está más en entredicho que la humildad en Cristiano Ronaldo.


Y a este vecino del mundo, sin embargo, y con los primeros fríos de un invierno, tardío por otra parte, pero cruel y sin piedad, le ha dado por pensar en lo banal que puede resultar todo eso, ante aquel que la llegada del frío le supone un problema monumental con unas cuentas que se transforman en auténticos sudokus  por lo difícil que se hace el pagarlas. Tan sencillo, y tan cruel por otra parte, como elegir entre comer y simplemente vivir, o pagar una cuenta que jurarías que no es la tuya sino la del vecino.


La llegada de la crisis nos ha demostrado que el Edén estaba entre nosotros, y no supimos reconocerlo. Y ahora esa llave, la del Edén, se la han quedado unos cuantos, y ese lugar  que parecía común es más privado que nunca.


Esa foto que ha “rodado” tanto esta semana, en la que se ve a un Mariano Rajoy aluci-anonadado (ya que su expresión merece la invención de una palabra para denominarlo), mirando a Alberto Rodríguez, diputado de Podemos, es la viva imagen de cómo han cogido los nuevos tiempos en política a los que estaban encerrados en su círculo de poder, y esta vez al menos no les ha funcionado, y eso que lo hacen muy bien, lo de meter miedo.


Por cierto,  y ya para terminar, es curioso que los que son de derechas siempre se denominan del centro, y en cambio, a los que son de izquierdas, ellos mismos, les ubican en la extrema-extrema izquierda. Deben de tener algún problema con el espacio. Eso quizás, el problema del espacio, puede ser la explicación, del por qué alguno de ellos, para guardar lo supuestamente  suyo, se va a Suiza.


*FOTO: DE LA RED