Ayer, sobre las ocho de la noche iba paseando por el Boulebard, atestado de gente, atestado de turistas, cuando en una décima de segundo, observé que a la mujer con la que me cruzaba en ese momento, le estaban intentando robar.
Ella iba hablando con un señor, su acompañante imagino, rumbo hacia el Paseo Nuevo, dentro de la acera, al lado mismo de los comercios. En su brazo izquierdo, llevaba colgando un bolso con multitud de bolsillos, y un chico joven, no más de veinticinco años, le estaba intentando abrir, desde atrás, los bolsillos para robarle. Iban en un grupo de tres jóvenes, de parecida edad. El ladrón, de presunto nada, al cruzar su mirada con la mía, se sintió descubierto, y adelantó a la pareja que iba a ser robada, e intentó perderse lo más rápido posible.
La mente actuó como un ordenador de última generación, y al instante me dí cuenta de que la mejor opción no era gritar, porque hubiera sido sus palabras, las de los tres, contra la mía.
No sé si actué correctamente o no, pero deshaciendo mis pasos, volví hacia la pareja que estaba siendo víctima de un robo, y se lo dije a ella, indicándole el joven, que ya estaba a unos cinco metros de ella, y con gente entre el grupo de tres jóvenes, y la citada pareja.
Ella se quedó parada revisando el bolso, aunque estoy seguro que no les dio tiempo a que le robaran nada.
Es curioso, a partir de ese momento, y aunque todavía hacia un día precioso, con rayos de sol que ya no dañaban, para mí el día se nubló, y un sabor amargo inundó mi estado de ánimo.
Para ellos, los ladrones, había sido solo un intento, que no hacía falta ni olvidarlo porque nunca ocurrió, sin embargo, para este vecino del mundo, comenzaba una lucha interior, preguntándose si podía haber hecho algo más.
Sabes que la maldad te rodea todo el día, pero cuando lo constatas, hay algo dentro de cada uno de nosotros, como un fotograma de una película virgen, que se estropea cuando le entra la luz de un blanco roto por las intenciones aviesas de gente que ni te conoce, ni nunca se acordará de lo que te hizo.
Seguro que el joven ladrón terminaría el día cometiendo algún otro delito.
A mí, sin ir más lejos me robó la tarde, y unos cuantos pensamientos malos.
*DIBUJO: DE LA RED