A
modo de resumen de esta semana que nos va dejando, hay una imagen,
captada en una foto impagable, que a mí personalmente me va a
acompañar durante mucho tiempo, y no es otra que esa en la que
nuestro Presidente del Gobierno, el Señor Mariano Rajoy, va paseando
por las calles neoyorquinas con todo su séquito mientras se fuma un
puro.
Analizando
la foto y buscándole una punta irónica, quizás el mismo presi,
pues desde esta imagen este vecino del mundo le ha perdido el
supuesto respeto que habría que tenerle, está haciendo una especie
de homenaje, a todos los españolitos que en este lado del Atlántico
estamos en una situación apurada,
y sobre todo en el día después a la gran manifestación en Madrid,
donde la policía, dando muestras de nuevos aires modernos casí
inventa el reparto de hostias exprés si se llega a montar en el AVE,
que precisamente sale de Atocha, a donde entró como si fuera a perder
ese último tren.
Si no estuviéramos hablando de lo que estamos,
hubiera sido gracioso empezar el reparto en Madrid y acabarlo en
Sevilla por ejemplo. Eso sería minimizar los costes al máximo.
Volviendo
a la imagen de Nueva York otra vez, si la situación hubiera tenido
que ser proporcional a la economía española real, ese puro no tenía
que haber sido tal, sino un cigarro hecho a mano, y con las colillas
recogidas del suelo.
Siempre
se ha dicho que una vez que un político
entra en calidad de inquilino en la Moncloa sufre un proceso mental
que lo aleja de la realidad, y éste es un claro ejemplo, al que
además debemos de añadir la circunstancia de haber estado unos
instantes con el Presidente de los Estados Unidos. Eso ya tiene que
dar una sensación de estar por encima del bien y del mal, vamos que
a partir de ahora su única intermediaria en la tierra tiene que ser
la Señora Anne Germain.
De
todas maneras, la dichosa foto del “presi” fumándose un puro
creo que es netamente pornográfica pues va en contra de nuestro
pudor en general, dejando al margen el cierto parecido fálico de un
puro, y deja al descubierto el hecho de que ninguno de los allí
presentes fuera lo suficientemente
abierto de luces
como para darse cuenta de que aquello sobraba y sería perjudicial
para su misma imagen.