La vida actual en nuestra España me recuerda a una película de Ingmar Bergman. Gracias a Dios, a los hados, al destino, o a lo que sea, con mucha más gracia, por supuesto.
Lo de Ingmar Berman se refiere a los recuerdos de cuando este vecino del mundo fue a ver “Gritos y susurros”, hace más de cuarenta años, creo que fue mi primera incursión en el
firmamento del director sueco. Y antes de ir a ver la película, leí todas las
críticas, habidas y por haber, y me pertreché con una brújula para no perderme.
Pues eso, que ahora cualquier cosa que pasa en España, te puedes, si quieres,
asesorar con mil cantos de sirena, y al final es posible que tu barco de
opinión se hunda, porque cada cual pinta la vida con el color que quiere. Y, generalmente, con grises, y “marrones”, especialmente los que nos atañen más de
cerca.
De todas las maneras, el que
no se toma sus pequeñas venganzas es porque no quiere. Esta mañana, sin ir más lejos, estaba
dentro, como se dice ahora, de una entidad bancaria, y a la persona que me ha
atendido no le he visto muy centrada. Por eso le he dicho, ante sus continuos
chascarrillos y risas, a un punto de ser desaforadas, que lo bueno que tienen
ellos en su trabajo, es que trabajan con red. En el mismo instante se ha notado
perfectamente que ha entendido que, aquello, su postura, le iba a traer
factura, y nunca mejor dicho, porque se ha puesto en modo “autodefensa”, y me
ha preguntado el por qué de lo de la red.
-¡Hombre! Está muy claro,
pase lo que pase en el negocio en que usted trabaja, siempre “pagamos” nosotros…
Me ha dado la impresión de
que esa misma conversación ya la había tenido con anterioridad, y que él se
habría defendido con eso de que “es un mandado, que el negocio no es suyo, y
que cumple órdenes”. Y alguno de sus interlocutores ya le habría dicho, que lo
mismo había ocurrido con lo de las preferentes, y que luego nadie sabía nada, y
que órdenes eran órdenes; y mientras, sus jefes en lugar de plegar velas, las
desplegaban en lugares paradisiácos, y todo pagado gracias a sus tarjetas “black”.
Por eso, ese empleado se ha
callado, porque su defensa era una huida hacia adelante, y a mí me ha dado cargo de conciencia, amén de los otros cargos que
había ido a pagar. Porque ni ellos cambiarán, ni nosotros tampoco, y como a lo
largo de la historia se nos ha echado todo tipo de culpa, ya nacemos, no con un
pan debajo del brazo, sino con un saco de culpa heredada. A favor del empleado, el que ya tiene clarísimo a quién no va a conceder ninguna hipoteca.
Por todo eso, entre el
universo de Bergman, y el de Miguel Gila, sin dudar me quedo con este último, es más nuestro. Su juego entre bromas y veras, forma parte de nuestra idiosincrasia, y su famosa frase: “Y si no sabe aguantar una
broma que se marche del pueblo”. No es muy democrática, pero sí visceral, y con un punto de inocencia dicha por el auténtico Gila.
Poniendo al día el universo de Miguel Gila, la
única variante que se podría dar ahora, para buscar a un culpable mediante indirectas, en su famosa frase “alguien ha matado a
alguien” es “alguien ha robado a alguien”. Lo demás sigue igual, nadie se da
por aludido.
*FOTO: DE LA RED
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