Hoy me he despertado raro, más raro de lo que viene
siendo normal en una persona rara. Con esa sensación que tienes cuando dejas
algo a medias, un “interruptus” en toda regla. Y poco a poco, muy poco a poco, he ido sacando de
las tinieblas del olvido retazos de un sueño.
Es extraño. Porque normalmente es cuando me despierto, en
los primeros instantes, cuando recuerdo todo o casi todo de mis aventuras
nocturnas en brazos de Morfeo, pero hoy no ha sido así.
Lo único que recordaba en un principio eran unos “ojos de
mujer, como extrañados”, y como fruto de muchos esfuerzos, he ido alejando ese
primerísimo primer plano para ver si veía a la persona a quien pertenecían, o el contexto en el que estaba.
Tras unos minutos me he dado cuenta que aquel par de ojos
eran germanos, pertenecían a Ángela Merkel, y no estaban extrañados, sino
valorando, sopesando a su interlocutor, que al parecer era este mismo vecino, que se encontraba al final, muy al final, de
una gran sala, con mesas en filas concéntricas. Frente a mí, y como interrogandome, tenía un
micrófono metálico negro, y al parecer había terminado de pedirle unas cuantas
cosas a la Señora Merkel.
Ella, primero
me ha mirado con una mezcla de indignación y estupor; y tras unos segundos, haciendo gala de una gran profesionalidad disfrazada de frialdad, me ha
contestado, sonriéndome, y con aire de madre negándole la paga a su hijo díscolo, gesto que no ha sido necesario traducir por los auriculares, ha dicho “Ah, que no tenéis
Jazztel”. Y dando por terminada la reunión, se ha marchado.
Mientras terminaba la larga fila india de hombres serios
y trajeados, he observado al pasar junto a un enorme espejo, que al otro lado del
mismo, y frente a mí, mirándome con desdén, se encontraba Mariano, Don Mariano.
Es triste, pero ya no nos respetan ni en los sueños. ¿O en
el fondo, somos nosotros mismos quienes no nos tomamos en serio?
*FOTO: DE LA RED
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