Algunas veces la vida te regala con unos granos de humor
del bueno, de ese que tras una sonrisa te deja un poso de amargura que te va a
dar qué pensar, que para sí lo hubieran querido tanto Don Miguel Gila, como los
mismísimos Tip y Coll.
Hoy, miércoles, seis de la tarde en un supermercado de
Donosti.
Llego a la zona de las cajas con el carro
casi lleno, y me apresuro a decidir, apenas en unas décimas de segundo, en qué caja voy a desembarcar mis compras.
He tenido suerte y en una de las filas solo hay una mujer
que ya está cargando las compras, pocas, en una bolsa. Tras ella hay una
señora de edad avanzada sentada en una silla de ruedas. No sé si van juntas,
pero observo que la señora mayor no lleva cosas para pasar por la caja.
Termina
la primera, paga y comienza a irse, ya da dos pasos para alejarse. La cajera
como si la señora mayor no existiera me mira con una sonrisa, dándome a
entender en qué me puede ayudar. Con cara de confusión, le pregunto: -¿La
señora?- mientras apunto a la espalda de la señora en silla de
ruedas.
En ese mismo momento la señora que se alejaba, como si
hubiera sido electrocutada pregunta en alto, pero para sí misma:- ¡¿Señora?!-
Y da un giro de ciento ochenta grados que para sí lo hubiera querido el mejor
Cristiano Ronaldo.
Al darme cuenta de la situación, y
con el sólo ánimo de teñir el extraño momento con un poco de humor, ya que en situaciones embarazosas tiendo a empatizar con el que las está pasando canutas, he comentado: -Por un momento he pensado que ahora se venden señoras en el super.- La mujer olvidadiza, medio cabreada, medio sorprendida,
repite en un tono neutro, pero a modo de pregunta: -¿Vender señoras en el super?
Con la sola intención de explicarle el chiste, le aclaro: -Ésto es un super y veo a una mujer en un carro…
La mujer sorprendida en el despiste, comienza a ponerse
muy roja y me ataca diciendo: -Usted debería de tener un poco más de educación.
Intentando que la escena no fuera a más, y con una
sonrisa en los labios para demostrarle que mis palabras sólo eran de fogueo, y
que en ningún momento había pretendido “matarla” le digo: -Le recuerdo que no he sido yo el
del olvido.
Y cuando ya el termómetro de la cara de la señora había
alcanzado más de cincuenta grados, y parecía que estallaría en cualquier
momento, se oye la voz de la señora en silla de ruedas, mientras le mira a la primera, que sentencia lo que yo
acababa de decir con un: -¡Eso!
Lo de Fernando Alonso en sus mejores momentos en Renault
ha sido poco para la velocidad que han alcanzado las dos señoras mientras
desaparecían.
Cuando la joven cajera terminaba de atenderme, he
comprobado una vez más que la cara es el espejo del alma. Y el alma de la
joven se estaba preguntando si había visto lo que había visto.
*FOTO: DE LA RED
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