Esta semana, como hubiera
calificado aquel filósofo de la vida que
fue Don Julio Iglesias Puga, ha sido “rara, rara”, con la izquierda, muy
izquierda, jugando a controlar las llamadas canciones del verano como manera de
evitar episodios machistas en su máxima expresión como es la violencia de
género.
El problema de que otros
intenten hacerte un traje a medida es que por muy bonito que sea, ni lo eliges
tú, ni eres libre para escoger el paño, ni el color, o de decidir que, después de todo, no lo quieres, y que prefieres seguir “vistiendo” como te ha dado la gana
siempre.
La censura aunque
se vista de izquierdas, censura se queda. Se empieza con las canciones que
suenan en el verano, "Despacito" en el punto de mira, se le coge el gustito a censurar, y al final, por ejemplo, intentamos
tirar por el sumidero prácticamente la carrera completa de todo un
creador de personajes marginales como puede ser el gran Joaquín Sabina.
Porque, luego, es otro suponer, y cuando le cojan el gusto al gatillo de censurar, o de guiarnos por
el lado que ellos crean correcto, pueden disparar a cualquier lado, y prohibir,
por ejemplo, los desnudos en la pintura.
A medida que vas cumpliendo años,
compruebas que la “historia” se repite. Cambia la decoración, atrezzo, e incluso
el color de los protagonistas, pero la intención es la de cuidar a los corderos
y guiarlos, porque ellos solos pueden seguir al macho alfa y saltar por el
acantilado del sexo, sin permiso ... o todo lo contrario.
Puestos a prohibir, sugiero
por ejemplo hacerlo con canciones atemporales, o que oímos cada año
muchísimas veces como “Quince años tiene mi amor”, del “Dúo Dinámico” que
inocentemente, aunque los censores podrían utilizar el término “sibilino” para
cargar más las tintas en lo que sería la descripción de la clara actuación de un “asaltacunas”,
por muchos coros chillones que tenga alrededor.
Y, como prueba de que a pesar de la censura, en aquel momento franquista, que no era moco de pavo, siempre se han podido filtrar "burradas", está aquella antigua canción,
pero siempre recordada de Juanito Valderrama, “El emigrante”, que comienza
diciéndonos “Tengo que hacerme un rosario con tus dientes de marfil…” ¿Eso es
incitación a malos tratos, o una simple metáfora más bien desafortunada vista
con ojos de hoy?
La mayoría de las veces, y
especialmente en fiestas, al oír una canción nos guiamos más por la melodía que
por el mensaje. Además, como en todo lo relativo al arte, lo importante no es la intención del autor, sino del que escruta el mensaje y su mirada.
Todos hemos oído miles de
veces esa canción de José Luis Perales que dice:
…¿Y cómo es él?
¿En qué lugar se enamoró de
ti?
¿De dónde es?
¿A qué dedica el tiempo
libre?
Pregúntale,
¿Por qué ha robado un trozo
de mi vida?
Es un ladrón, que me ha
robado todo….
Y no, nunca se ha tratado de,
diciéndolo suave, un marido celoso, o cuando menos en apuros, sino de un
padre, y dicho por el mismísimo Perales, preocupado porque su hija tenía su
primer novio.
La educación se debe de
empezar en nuestra propia casa, y no dejando todo el trabajo a los profesores, y ellos, los padres, definiéndose como "amigos" de su hijo; desinhibiéndose de tomar decisiones importantes en su educación, pero eso sí, velando por las bandas sonoras en las fiestas de los pueblos. ¡Un auténtico despropósito!
Un secreto para terminar: Este vecino del mundo desearía no oír nunca más "Despacito", pero no por su mensaje, sino por hartazgo. Porque mensajes lo hay en todo. Otra cosa es que ahora sean otros quienes los quieran mandar, o hacerse oír, pero "esos" tampoco son unos recién llegados...
*FOTO: DE LA RED
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