Como me suelen decir los que
me conocen, al final no dejo de ser un moñas, o alguien a quien el corazón siempre le puede.
Y eso me pasó en realidad hace dos días.
Normalmente a la hora del desayuno entro en internet y veo las noticias en
algunos periódicos y sopeso el panorama, de cómo está el mundo, normalmente el
de los orcos desde Twitter. Visto lo malo, me puedo conformar más fácil con
unas gotitas de esperanza.
Estaba en Twitter cuando leí
sobre un tal Jaime que para hacer más “dulce” el confinamiento a su hija, de
corta edad, a la hora de sacar la basura, convertía todo aquello en un desfile
en el que él y su hija salen disfrazados de los personajes favoritos de ella.
Como se puede discernir desde el primer momento, con mucho aroma a "La vida es bella", y crear un cierto mundo paralelo, del que este vecino nunca ha sido nada partidario.
Ocurrió, que intentando localizar las mismas imagenes encontradas por Twitter,
pero en Youtube, dí con una tienda en la que estaban todos los
disfraces de esta bonita historia, pero me quedé, dentro de mí, con una gran decepción.
Hace dos días, paré las
máquinas y aborté la historia. Hoy, tal como está el panorama de los orcos y no
orcos, e incluso de alitosis, por el olor a la historia de Roberto Benigni, la recojo del cajón de los buenos deseos, y la muestro tal cual.
Es una bonita historia de
hadas y buenos deseos, en la que para materializarla en realidad debes de pasar
siempre por el departamento de sastrería primero, y luego, irremediablemente, por caja.
Por lo demás es la historia
que en tiempos de pandemia más me ha enternecido, y creo que merece por ello, y
por la niña entorno a la cual se teje todo, que sea conocida por más gente.
También os digo que en el fondo este vecino del mundo desea que sea verdad, y que el padre no sea ni el propietario de la tienda de
disfraces, ni empleado. Y que si puede financiar esta bonita historia, olé por él
y por su niña.
*FOTO Y VIDEO: DE LA RED
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