Leo en “El País” que los niños
con
coronavirus portan mayor carga viral que los adultos. Aquí si que viene a huevo
lo de “pequeños pero matones” o “bombas de relojería”.
Ahora, cada vez que vea a
alguien con un cochecito con un bebé dentro, como en la típica película en la
que sabemos que van a poner una bomba pero no cómo, mi mente automáticamente le
pondrá los efectos de sonido de un reloj grande de pared. ¡Acojonante!
Cada vez está más claro que en
lugar de ir hacia adelante, retrocedemos más que un cangrejo con prisa. Durante
el encierro, en plena pandemia, a las autonomías, así en general, se les llenaba
la boca pidiendo total autonomía para dictar sus propias normas. Ahora, quien
más quien menos pide otra vez mando único.
Y es que aquí no puede
ocurrir, como en la mayoría de las catástrofes, echarle la culpa al conductor
muerto, que no se puede defender. Por eso, siempre es preferible señalar al de
arriba, o sino se puede, a algo un pelín abstracto, como ahora a los jóvenes. Este
vecino del mundo no quiere decir que los jóvenes lo pudieran hacer mejor, mucho
mejor incluso.
Pero los políticos son como
los magos: siempre te hacen mirar hacia otro lado, para que no les descubras el truco.
Particularmente este vecino cree que los políticos, nuestros políticos, desde que terminó el estado de alarma no han hecho nada para enmendar los errores anteriores, solo paripés públicos, como siempre. Pero, ¡ojo!, todos oímos las palabras del Señor Pedro Sánchez anunciando a bombo y platillo que habíamos vencido a la pandemia. Y como decía un amigo, creímos que todo el bosque era “orgasmo”, y nos está yendo así, de gatillazo en gatillazo, o lo que es lo mismo, un auténtico asquito…
*FOTO: DE LA RED