Han pasado cuatro días, desde
entonces, y parece que nadie se atreve a quitarle la Coca-Cola del poder al
niño Trump que le ha robado a otro niño, que ha sido nombrado por la mayoría,
compañero del año.
Este vecino del mundo siempre
ha considerado que el no hacer nada, el desinhibirse, siempre es hacer algo. Y da
la impresión de que tras cuatro años de Presidente estrella y estrellado el
resto de republicanos se están preguntando, aunque con cara de palo, quién le
pone el cascabel al gato, y le dice a su jefe ese ya necesario “Hasta aquí
hemos llegado”, que a las estructuras republicanas les están saliendo más
grietas que responsabilidad aparente entre sus filas.
El españolito medio ya sabe
más de Wichita, y de Delaware (que con muy mala milk y con fuerte acento español te da ganas de gritar "Delaware que te parió") por sus comicios electorales que por haber hecho un
cursillo de películas vaqueras protagonizadas por John Wayne y Clint Eastwood “together”.
Si no fuera por el peligro que
en la calle pueden correr sus seguidores, ante esas imágenes de desaprensivos armados
ante cualquier oficina electoral, se podría decir que el final de ese King Kong, que ya venía de su casa con
ideas propias pero que fue amamantado por la opinión pública a la que entretenía, y medios de comunicación a los que generaba noticias sin parar,
le definirá por siempre.
Lo de “ya hemos ganado, que
paren ahora el recuento” no se le podía haber ocurrido ni al peor de los
guionistas ni al más pasado de psicotrópicos. Y lo peor de todo es que Trump venía
avisando y preparando su representación, y nadie de su partido estimó conveniente
hacer algo al respecto. En estos días, lo más triste, es que nadie olvida y
mucho me temo que ya ha creado escuela de “impresentables varios”.
*FOTO: DE LA RED
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