¿Nunca os ha ocurrido que al volver, muchísimos años
después, a un lugar del que teníais muy bonitos recuerdos de niñez, se estropea
todo el disco duro de tu pasado porque nada casaba? Principalmente, porque lo
que “veíais” como grande y espacioso en vuestra versión de niño, ahora podía
caber en cinco metros cuadrados, y eso que nunca jugarás en la NBA porque no
pasas del metro setenta.
Quizás, por el mismo motivo de que la historia la
reescriben los ganadores, no tiene nada
que ver tu relato de tu vida, con lo que es en realidad. Seguro que si la viera un notario desde fuera, le quitaría varias
estrellas, si hubiera una Guía Michelín de vidas, porque no da la talla de lo
que se esperaba de ella.
Cuando relatamos nuestra vida, siempre la pasamos por el
tamiz del Photoshop de los deseos, y no es lo mismo lo que vives, que lo que
desearías vivir. Pero relatar asépticamente tu vida, sería sufrir
innecesariamente. Y quizás, por aquello de que el espectáculo tiene que
continuar, te niegas a que se vean los hematomas de tus decepciones, y las
arrugas de lo que pudo ser y no fue.
Porque sabes que antes enseñarías tus vergüenzas epiteliales que las
morales.
Quizás, además, el error sería de base, ya que cuando
alguien nos quiere conocer en un momento dado, no nos mostramos como somos,
sino como creemos que políticamente debemos ser.
Ningún hombre nunca confesará que después de comer lo que
más le gusta es abandonarse en el sofá y que la siesta le viole una y otra vez
mientras amortigua el sonido de sus ronquidos un televisor que servirá de
coartada ante el oído del vecino. “Me gustan los documentales de la dos después
de comer”.
Y ninguna mujer reconocerá que seguirá y perseguirá a un
hombre romántico que le muestre y le demuestre sus sentimientos hacia ella. “Lo
que busco en un hombre es que me haga reír”.
¿Que lo expuesto anteriormente es un esquema netamente
machista? Puede ser. Sin embargo, este vecino del mundo está totalmente
convencido de que tanto los hombres como las mujeres son iguales: mentirosos.
Y es que, en el fondo, siempre cometemos el mismo error
que un extranjero al intentar aprender el castellano: confundir los verbos “ser” y “estar”.
Porque queremos ser una cosa, y en realidad, siempre estamos en otra.
*FOTO: DE LA RED