Hoy, y ayer, es uno de esos días en que te avergüenzas de
pertenecer a la raza humana. El hombre mata al hombre, el lobo por el lobo, y
mientras intentas defender la esperanza de la vida por la vida, el hombre mismo
se ataca y condena.
Este vecino del mundo, tras el amanecer de terror en
Bruselas, ha estado más de veinticuatro horas callado. Irónicamente, más de
uno, y una, no hubieran creído nunca este silencio por parte del vecino debido
a su facilidad de palabra, y que él
mismo, algunas veces, la suele definir irónicamente como “felicidad de palabra”.
Y ayer, queda más que claro, que no fue un día feliz, sino una pesadilla en el que todas las palabras sobraban.
Quizás, como en el cine, cuando quieres realzar un momento,
una clave de cierta escena, en lugar de acentuarlo con una música excesiva, es
mejor dejarlo en silencio, y que los hechos hablen por sí mismos. Eso mismo pensó ayer
este vecino del mundo, y se alejó por un día del teclado de su atalaya por la
que observa.
Porque, en momentos como los de ayer, hay silencios que
gritan.
Un grito es el comprobar, una y otra vez, que el hombre
depende del hombre. Que si seguimos vivos, es porque el de al lado lo permite.
Y que si tenemos que tener fe para seguir viviendo, la misma fe en exceso puede
llevar a situaciones límite en las que alguien esgrime la bandera de su
religión, teñida de intolerancia y odio para con los demás, disfrazado de
misticismo con una gran recompensa al cruzar el umbral de esta vida con la
eternidad.
Hay una imagen, la he visto hoy, y es de esos momentos
que sabes que no los vas a olvidar nunca. Debían de pertenecer a
los primeros momentos de confusión en el aeropuerto, y estaban captadas
obviamente por un teléfono móvil de cualquier pasajero. Hacía un barrido de imagen
en el que se mostraban unos diez o veinte metros que tenía de su izquierda a
derecha, y junto a varios carros para llevar el equipaje, con maletas
abandonadas en el descontrol, en el suelo yacía una pareja boca abajo, ambos agarrándose
del talle. En un primer momento, he creído/querido que seguían así para fingir
su muerte y poder salvarse tras los
momentos de confusión, pero mucho me temo, que fue su último viaje.
Me he criado en la creencia de a donde fueres haz lo que
vieres, por eso cuando alguien te exige cómo te tienes que comportar primero en su terreno, y luego en el tuyo, para
que ellos siempre se encuentren como en su casa, es que algo realmente anda
mal. Especialmente cuando no hay lugar para el diálogo sino para los hechos
violentos, porque como primera tarjeta de visita te van a llamar "racista".
Ayer vimos una vez más el sinsentido de la violencia y el
odio, pero no hay peor ciego que aquel que no quiere ver. Y lo peor es, cuando
sabes que no hay solución, porque se pone por delante un estandarte, y no el
corazón.
*FOTO: DE LA RED