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sábado, 11 de abril de 2020

¡VER PARA CREER!



Cuando todo esto del confinamiento termine, que lo hará pero no con la premura que ya muchos vaticinan, tendremos que pagar, o deberíamos de pagar, por aquello de ser solidarios, y comprar las canciones o relatos que se escribieron durante la época en que, a la postre, nos tuvimos que proteger de nosotros mismos.

Y ya sabremos más cosas. Conoceremos a los vecinos. Con quienes habíamos compartido vivienda durante años, pero que como andamos, o andábamos antes del confinamiento, como locos, y nunca nos habíamos parado, ahí esta la clave, ni siquiera a saludarnos, descubriremos que el quinto A, por ejemplo, es algo más que un piso.

Ya debe de haber niños, muy pequeños todavía, en el que para ellos parte de la ceremonia de la vida consiste en salir a las ocho de la noche al balcón y saludarse unos a otros, mientras más de uno hace lo que puede, lo que sabe, y su vergüenza le permite, desde la libertad de su balcón. Como cantar o tocar un instrumento. Y esta costumbre ya estaría bien no olvidarla nunca.

He leído y oído por ahí que el Gobierno vasco, en nuestro caso, porque dependerá de cada autonomía, se va a poner las pilas y a partir del martes, para los que ya podrán salir a trabajar, van a poner puntos de acceso en estaciones de tren y bus en los que la gente podrá recoger sus mascarillas.

¡Ver para creer! Y eso que, como ya sabéis desde hace un tiempo este vecino ve la mitad, y por lo tanto debería de creer la mitad también. Y ni por esas. En España, os recuerdo, se creó la famosa “picaresca”, y no es cuestión de ayer, sino de siglos y siglos hasta incrustarse en nuestro mismísimo ADN.

Como mínimo de males, las mascarillas desechables, de una puesta y tirarla, las reconvertiremos en quincenales. Y sino, al tiempo. Lo nuestro, desgraciadamente, no se cambia ni con una pandemia, ni con un confinamiento a perpetuidad.

*FOTO: DE LA RED

jueves, 26 de septiembre de 2019

GEOGRAFÍA HISTÓRICA INVENTADA...



Todas las épocas tienen sus clichés, sus tics,  y uno de los más importantes de ahora sería eso del “relato”, o de contar no  cómo le va a cada uno en su feria particular, sino cómo desea que los demás crean que le va.

Se acaba de terminar una legislatura, desgraciadamente muerta al nacer,  y aparentemente al menos, todos los partidos han estado más preocupados en distribuir su relato de cómo fue todo, a realmente hablar con un hilo directo desde el corazón.

En realidad eso del relato viene  muy ligado a otro concepto, o tic, muy de la época también, el tuneo de las cosas, y que no tiene que ver nada con la tuna universitario, aunque hay un mucho de cantarte coplas e incluso de cantos de sirena, sino precisamente con darle cuerpo, en cierta manera, al relato de cómo deseas que sean las cosas, los objetos, que tienen la suerte de rodearte. Porque hay un mucho en el concepto de "relato" de hacerse un selfish, otro cliché, con el paisaje deseado de vender en torno a tu persona, y no con la realidad a convivir en tus veinticuatro horas diarias. 

Y aquí quizás llegamos ahora a una de las piedras angulares de nuestro día a día, la famosa, tristemente, posverdad, o disfrazar a la mentira con un camuflaje de sabor a verdad verdadera. Lo que vendría a ser intentar borrar tus huellas en el desierto de la realidad para que no se viera ni se sintiera la urdimbre, o la tomadura de pelo si solo fuera una humorada, y no disfrazar la verdad de lo que fue para seguir chupando de la teta de la que quieres seguir mamando. 


La posverdad es hija de su tiempo, y tiene un mucho de “photoshop” y de jugar con la estética de lo políticamente correcto. De hacer que huelan bien los armarios donde guardamos los cadáveres de las promesas incumplidas. La posverdad tiene un mucho de tristeza y de timo, de disfrazar las cicatrices que nos han traido hasta aquí para ponerle un precio, siempre más alto, a lo que va quedando de nosotros mismos. Y hay que seguir viviendo, que no es fácil.

*ILUSTRACIÓN: DE LA RED