Cuando te invade la melancolía, ese lienzo en blanco, como la muerte, que te aprisiona sin apenas dejarte respirar, con ese frío que te cala
hasta el tuétano de tus recuerdos, cuando un simple olor es capaz de
trasladarte al comienzo de tu primer viaje sentimental, quizás signifique que
estás preparado para todo, y para nada. Para ese todo del comienzo de una vida.
Para la nada, que sabes que es lo que vas a poder llevarte a ese viaje, de este
viaje.
Porque del comienzo de un viaje, ya estás en el
intercambio de trenes, no sabiendo si continúas en la misma dirección, o el
destino te va a cambiar de destino, con buen o con mal tino.
Cuando te invade la melancolía, no tienes por qué sentir
miedo, porque si de algo puedes estar seguro, es de estar todavía vivo, con
fotos que estaban en tus recuerdos, y ahora has comprobado que están, estaban, amarillas.
Con aquella rosa que un día
quedó aprisionada entre palabras de amor de un Bécquer que llegó a tu vida al
mismo tiempo que aquellos granos tan impropios para tí, y esclarecedores para todos. Cuando aquella joven,
era la joven que guiaba tus sueños primero, y luego tu decepción… y la culpa de
todas las culpas.
Se ha apropiado de ti la melancolía, y con ella la
sensación de que un día, en ese intercambio de vías que forman el tren de tu
vida, perdiste tu Norte, y tu Sur. Desorientaste tus sentimientos
dirigidos, ahora, a gente equivocada, aunque para ellos, a la postre, el equivocado
siempre has sido tú.
Cuando te invade la melancolía, quizás es el momento de descubrir el ancla que te impide proseguir, aunque muchas veces, la mayoría, no sea de hierro, sino de miedo, ese material intangible, pero siempre tan pesado...
*FOTO: DE LA RED