Los mejores viajes se hacen con la mente, recordando
algún viaje anterior, o mediante la lectura rememorando algún viaje relatado en
algún libro.
Esta mañana nos hemos despertado nuevamente con las
cifras del paro. Resumiendo, que en el país de los ciegos, y uno no tiene nada
contra la O.N.C.E., el tuerto es el rey, y que pronto llegará el momento en el
que cese la cifra de parados, porque sencillamente España haya sido un negocio
que se cierre por defunción del único en activo.
Lo del viaje mental referido al comienzo de este “post”
es el que mi mente me ha “fletado” mientras leía las cifras de nuevos parados
este mes.
Este vecino dejó de ser estudiante (aunque si tienes
alguna inquietud por algo nunca dejarás de estudiar, al menos, digamos, de un
modo amateur) a finales de los setenta, y recordando el film “Vente a Alemania,
Pepe”, se fue a ver cómo era la vida allí fuera, a Londres.
Recuerdo que llegué un 29 de Noviembre, de 1978. El gran
error fue pensar que como lo había estudiado, hablaba inglés. Lo único que
ocurría es que el resto de los habitantes de aquella isla no habían compartido
mi mismo profesor, y no entendía nada. A ésto se unió algún que otro pequeño
detalle sin importancia, como que para las tres de la tarde prácticamente ya se
hacía de noche, y de que nevaba copiosamente. Me tuve que “poner las pilas”, o
dicho de una manera cursi, haciendo de tripas corazón, me prohibí
tajantemente quedarme recluido en casa, es un decir lo de “casa”, y pertrechado
con un libro callejero, me fui a conocer a los londinenses nativos, en el caso
de que todavía quedara alguno.
En aquella época no se podía llegar a la pérfida
Albión para trabajar, porque hacía falta el célebre permiso de trabajo,
y sólo podías entrar como estudiante. Pero como se suele decir hecha la ley,
hecha la trampa, y al matricularte como estudiante de inglés, tres horas
diarias de lunes a viernes, siempre encontrabas algún trabajo “bajo
manga”, que quiere decir en malas condiciones y escasamente remunerado.
Como en España todavía existía la mentalidad de haber
salido de una guerra y de haberse buscado cada uno las habichuelas como había
podido, no se hacía tan duro o al menos no podías quejarte abiertamente, porque
cada uno llevaba su propia historia que te la podía “endiñar” en cualquier
momento en que te encontraras bajo de moral.
Este vecino, se libró del servicio militar, y por eso no
puede contar sus “historias de la mili”, ni hablar, como sus abuelos, del
hambre de la guerra, pero sí de la soledad que pasó en un Londres que acababa
de ser abandonado por el movimiento “punk”, y en el que comenzaban a aparecer individuos con ganas de bailar sobre patines.
Quizás, algo que diferenció mi viaje al que ahora hacen
los jóvenes, es que este vecino sabía perfectamente que tenía una fecha de
caducidad, porque allí era muy difícil, sin permiso de trabajo, encontrar un
trabajo a perpetuidad. Sin embargo, los jóvenes que se van ahora, no saben ni
si volverán, y eso es más triste todavía.
Algo que aprendí de aquella época es que el individuo se
sobrepone de casi todo, y que desde la barrera, como diría un torero, todo es
bonito, y que conocí agente maravillosa, de la que ahora ignoro qué fue de
ellos, pero que en su momento era una amistad para toda la vida.
*ACUARELA: DE KUBI