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martes, 26 de mayo de 2015

LAS MEDALLAS DEL TIEMPO



Uno nunca se ha creído Gandhi, ni la Madre Teresa de Calcuta por razones obvias, pero tampoco un francotirador ni alguien sediento de sangre. Sin embargo, lo de poner la otra mejilla  significa, al menos para este vecino del mundo, que ya te han pegado en la primera, y como también existe  el dicho “no hay dos sin tres”, mejor no dar esperanzas de encajar para que el otro no se envicie. Por eso, conviene estar siempre alerta para evitar que cualquiera se salga de su tiesto y quiera invadir el tuyo.

Esta mañana, el vecino venía de hacer unas compras, no demasiadas, pero con las dos manos ocupadas con bolsas. En la calle en la que me encontraba, ya lejana al centro o meollo del pueblo, muy poca gente, y al parecer menos personas, ya que con el que me he cruzado, un hombre más cercano al Imserso que al acné juvenil, no me conocía de nada, pero debía de estar aburrido, y por lo que se ve, con mucho tiempo libre, porque con un aire socarrón me ha dicho en un tono más bien operístico para que se le oyera a varios metros: - Usted no tiene un pelo de tonto, ni de listo.

Los que conocen a este vecino del mundo,  saben que es calvo, y el poco pelo que tiene se lo afeita, al estilo Yul Brynner, pero sin aire asiático y más entradito en carnes.
Al mirarle me he dado cuenta inmediatamente,  de que pese a sus años, el color de su pelo, de llevarlo un toro de lidia, hubiera sido descrito como de “negro zaíno”, por lo que invitaba más a preguntarle la marca del tinte que a elogiarle por su cabello.
En un tono mitad condescendiente y defensivo le he dicho: -Por cierto, y ya que se mete con mi pelo, o mejor con su ausencia, alguien que le quisiera le debería haber aconsejado que un tinte demasiado oscuro, en un hombre, envejece más que rejuvenece. Fíjese en el propio José Ortega Cano, que mientras estaba en la cárcel las canas le favorecían, y ahora con el pelo negro, pareciera que le han sacado de la cárcel por estar enfermo. La mayoría de las veces, las arrugas, lo mismo que las canas, son medallas que concede el paso del tiempo.

Negando la mayor, y mientras se escrutaba en el cristal de un escaparate, él esta vez con cara de cabreo mayúsculo me dice: -En cambio usted, por su barbilla se nota que tiene muchas canas.

Ya puestos –le he contestado- y como parece que estamos cantando la canción de “Vamos a contar mentiras”, le diré que yo en realidad, aunque me afeito al cero, tengo todo el pelo, y negro, negro, lo que ocurre es que en la barbilla me lo tiño, por la misma teoría que le he contado de que las canas sientan bien, y así me sale más barato el gasto de tinte que a usted.

El portador del negro zaino, al parecer, ya no sabía si iba o venía, si le estaba hablando en serio, o me estaba riendo de él, y mirando el reloj de su muñeca me ha dicho: -Tengo mucha prisa-, mientras como se suele decir, tomaba las de Villadiego.

Otra persona de las que ven la paja en el ojo ajeno pero no ven  la viga en el propio, y a la que sin duda este vecino del mundo no volverá a ver, de eso no le cabe la menor duda, la misma de que se teñía el pelo, con muy mal gusto por cierto.

*FOTO: DE LA RED


martes, 20 de agosto de 2013

UN AMERICANO EN DONOSTI

Siempre se ha dicho que la cara es el espejo del alma, lo que ocurre es que muchos intentan trucar ese espejo, más que nada para crear confusión sobre cuándo fue realizado, es decir, para aparentar ser bastante más joven de lo que se es.
Cada uno puede hacer con su cuerpo, o con su vida, lo que quiera, o más bien lo que pueda, eso está más claro que la cuenta bancaria de un parado de larga duración, sin embargo, la persona que le observa también podrá sacar sus propias conclusiones.
Nunca he hablado en estas líneas de mi vecino donostiarra José Martinez, más conocido entre nosotros por “El americano”, y consecuentemente habiendo americanizado su nombre a un más que distinguido Josh Mc Tinez.
Su nueva identidad, no se la otorgamos en su día, ni por su cuenta corriente, ni por sus frecuentes viajes, sino por su manera, muy personal, de entender la moda, y como ésta va reñida sin ningún tipo de excepción, con la del resto del vecindario, y este vecino del mundo añadiría aún más radicalmente, con todo aquel que tenga un poco de criterio sobre el vestir o la manera de prepararse, se le bautizo como “El americano” por suponerse a aquellas tierras como el lugar donde todo puede ocurrir, e incluso vestirse, y que más de una vez se han visto imágenes, especialmente en las películas, de presentadores de informativos con chaqueta verde, camisa roja, y una impagable corbata rosa.
Como se diría antiguamente, el guardarropa de Mr. Mc Tinez, siendo benevolentes, es de una amplísima paleta de colores, donde se combinan colores fríos y calientes, sin ningún tipo de norma, solo la apetencia del momento.
Más de una de mis lectoras, especialmente ellas, se preguntarán lo que opina su mujer del tema. Ella no opina, al menos en público, ni tampoco es “sospechosa” de ser la inspiradora de sus elecciones, ya que su manera de vestir es la antítesis de la de su marido, siempre tan “correcta” y clásica, y sin intentar sacar partido a su percha que la tiene, pese a que los dos ya están entraditos en los cincuenta.
Las malas lenguas murmuran que la americana, no la prenda, sino la mujer del americano, está loquita por sus huesos, y en realidad le induce a vestir así, para evitar malas tentaciones de las demás mujeres, “pécoras” les llamaría ella. Personalmente este vecino nunca ha pensado que esta teoría tenga ningún viso de ser cierta.
De todas maneras, lo que más chirría del “look” del, sin embargo, querido Josh, es su pelo negro como el carbón, a todas luces fruto del tinte. Este vecino siempre ha pensado que la naturaleza es sabia, y que hay que dejarle a ella, en múltiples ocasiones, manejar nuestros destinos, y que no hay nada más elegante que unas buenas canas en las sienes.
Nunca ha podido estar este vecino más de acuerdo con un eslogan publicitario, que “el de la arruga es bella” de la compañía de Adolfo Dominguez. Además, alguien dijo alguna vez, que las arrugas son medallas que nos pone el tiempo, y sin embargo Josh pasa su tiempo en intentar quitarselas, sus medallas y sus arrugas.
Cada vez que en un día de fuerte sol, le veo ese pelo, que más de un aficionado taurino, denominaría como “negro zaino”, me acuerdo de la película, estéticamente perfecta, “Muerte en Venecia”, de Visconti, cuando al protagonista, gran sufridor por otra parte, del paso de los años, se le empieza a correr el tinte del pelo por la cara, y lo desgarrador del momento.
Afortunadamente, ni Donosti es Venecia, ni Josh sufre por el amor de ningún jovencito, como en la citada película. Además, qué será de nuestras vidas, cuando no deseemos que llegue el nuevo día para ser, como siempre, sorprendidos por nuestro marcador de tendencias particular.

*FOTO: FOTOGRAMA DE "MUERTE EN VENECIA"