Ayer noche La Nuri, mi
sufrida, y este vecino del mundo, queríamos pasar una bonita noche
en el cine, y lo que en teoría se iba a convertir en este blog en
una especie de crítica sobre la película, en realidad se va a
convertir hoy en crítica a la compañía que lleva el cine, y la
película la vamos a dejar para mañana.
Cuando la gente dedicada
al séptimo arte comenta que la industria del cine está pasando una
dura crisis es fácil de creerles, porque todos estamos sufriendo
una, que me temo que es la misma. Pero habría que definir en primer
lugar qué es el mundo del cine, porque ayer, si antes no era
evidente, vi claramente que la gente dedicada al cine tiene, en
cierta manera, el enemigo en casa, porque parte de su problema es el
mundo de las salas de cine.
Desde hace un tiempo,
concretamente los Cines Max Ocio, en Baracaldo (Vizcaya), han
cambiado de compañía que los rige, ahora es CINESA, y desde fuera,
como simple aficionado al cine, se puede palpar que esta compañía
en realidad utiliza al cine como una especie de parque
temático, en el que el cine en sí, es parte de su negocio,
pero no el fin último.
Esta noche pasada íbamos
con ganas de pasar un rato agradable, no desvelaré la película
hasta el artículo de mañana, para guardar un poco de suspense, y
para separarlo de la crítica a la empresa en cuestión. Al llegar a
la taquilla tras una larga cola, señal de que la gente sí va al
cine, solicité dos billetes para la fila que siempre pido,
concretamente la octava, y casualidad, desde hace un tiempo, desde la
fila siete a la nueve, ambas inclusive, las han convertido en butacas
VIP, con lo cual hay que pagar un euro y un poco más, por tener el
honor de sentarse en ellas. Ahora son más anchas que las normales y
con mejor apariencia.
Lo primero que le dije al
joven de la taquilla, que a la postre resultó ser el encargado de la
sala, es que luego se quejarán los del mundo del cine de que hay
crisis, y que no va tanta gente, cuando en realidad no se les cuida.
Él ponía cara de que era
la primera queja que recibía, y me decía que me podía sentar en el
resto de la sala, a lo que le contesté que ellos sabían
perfectamente que esos normalmente son los asientos más solicitados,
por la misma configuración de la sala, ya que antes del siete te
puede dar sensación de estar muy cerca de la pantalla, y a partir de
la fila diez, de que los actores van a tener que gritar para hacerse
oír.
El encargado me dijo que
si me sacaba una tarjeta que tienen ellos, no tenía que pagar esa
diferencia por el asiento VIP.
Le dije que está claro
que lo que quieren es “atar” en cierta manera al cliente y eso no
se debe hacer. A un buen matrimonio no les tiene que unir los papeles
sino los hechos. Se debe de ir al cine cuándo y cómo se quiere.
En todo caso, continué
diciéndole que su política con los asientos se podría sostener si
las butacas de la sala que están peor ubicadas, fueran más baratas,
pero solo hay excepciones para el precio VIP, no para aquellos que
digamos quisieran ver una película por la seguridad social.
Mi punto de vista me lo
confirmó el hecho de que al comprar los dos billetes me “regalaron”
dos bonos descuentos de un euro cada uno, para los menús que ellos
mismos venden.
Ayer los dos billetes nos
costaron 16 euros en total, y hace menos de dos años tres billetes
nos costaban 18 euros, para que luego digan que se están perdiendo
espectadores en el cine. No se están perdiendo, los están
ahuyentando.
Por cierto, y ya para
terminar, como nos pusimos en la fila anterior a los asientos VIP
comprobamos que de esos asientos durante la película no salían
brazos para darte masajes, con o sin final feliz, y la película,
que al fin y a la postre es lo importante, era con los mismos actores
y con el mismo final.
Todo comenzará a cambiar
cuando nosotros, los espectadores, espabilemos de nuestro nirvana.
*FOTO: DE LA RED