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martes, 17 de febrero de 2015

SERGIO BLANCO, MÁS QUE UNA VOZ



El tiempo ese juez tan impasible, este mismo domingo ha dado, una vez más, muestra de ello llevándose por delante a Sergio Blanco, la mitad masculina y compañero, y después marido, de Estibaliz Uranga. Y para aquellos nacidos a finales de los cincuenta, banda sonora de nuestra juventud.
Si nos imaginamos recuerdos en forma de fotos, son imágenes llenas de sol, quizás demasiado iluminadas de ilusión y deseos, pero eso es la juventud. Una pareja ligada desde el principio a un grupo musical de jóvenes bilbaínos, Mocedades, una especie de alianza entre dos familias, no los  Montesco y los Capuleto, sino los Uranga y los Blanco ( no hay que olvidar a Rafael, hermano de Sergio, y  su tremenda voz de bajo), con también  una historia de amor de fondo, pero con mejor fortuna. Este grupo es fiel reflejo de esa famosa creencia de que los vascos cada vez que se juntan a cantar, siempre juegan a hacer voces, cada uno por su lado pero logrando un todo coral.
Pensar en Sergio y Estibaliz esquemáticamente, es hacerlo de unas trenzas y un pantalón de esos que llamábamos “de campana”, y de amor, mucho amor, el que daban en cada una de sus actuaciones, y el que clarísimamente se veía entre ellos, sin rozar nunca la ñoñería.
En el caso de este vecino del mundo, su acné juvenil fue mecido por canciones, casi siempre bajo la tutela de un Juan Carlos Calderón siempre en estado de gracia, como “La piel”, “La llamada”, y el eurovisivo “Tu volverás”, cuando España en Eurovisión pintaba más que algo.
Como la mayoría de los artistas de largo recorrido han tenido sus épocas buenas, malas y regulares. Épocas de emular la fábula de la cigarra y la hormiga, que aunque cantaban como la cigarra fueron unos auténticos hormiguitas, que han sabido sobrevivir a los malos tiempos.
Sergio y Estibaliz desde el principio se supieron metamorfosear, primero de Mocedades a Sergio y Estibaliz, aunque en algún momento disfrazados de un delirio llamado  “Beans”, y al final, desgraciadamente siempre hay un final, volviendo a sus raíces, pero como ya no eran mozos crearon “El Consorcio”, con parte de otros ex-componentes de Mocedades.
Sergio, Don Sergio Blanco, al margen, si es que se puede, de Estibaliz, en realidad ha sido más un hombre, y sin ser pretenciosos en la descripción, del Renacimiento, con idilios con la Arquitectura (siendo además Ingeniero técnico industrial), Pintura, y sobre todo, siempre, la Escultura, siendo durante más de dos décadas uno de los mejores escultores figurativos, en bronce.
Se nos ha ido, como siempre, de una manera discreta, pero esta vez para siempre aunque para los que tuvimos la suerte de saborear esa manera de cantar le tendremos en nuestro recuerdo con el “Pange Lingua” como banda sonora, un toque sacro para una juventud, la suya, que apostó por todo, pero siempre desde el respeto. El mismo respeto que le tenemos hoy al despedirle, pero nunca olvidarle.
Descanse en paz Sergio Blanco, todo un artista bajo la piel de un buen hombre.

*FOTO: DE LA RED

miércoles, 27 de agosto de 2014

PERET, UNA LÁGRIMA EN LA ARENA DE NUESTRO RECUERDO

Para todo aquel, que como este vecino ya haya pasado de la cincuentena, Don Pedro Pubill Calaf, Peret, fallecido hoy, pertenece indefectiblemente a su banda sonora, y a esas películas de principios de los setenta, que más que con la rumba catalana, su mejor representante, se jugaba con las piernas y algo más de la coprotagonista.
Para este vecino, decir "Peret" es recordar los catorce o quince años, y el primer cassette portátil, las fiestas de los pueblos, y los autos de choque, con sus canciones sonando a todo trapo.
Decir Peret es recordar a un cantante de raza gitana y aire pícaro,en  aquel show rodado por el más conocido de “nuestros” realizadores televisivos, Valerio Lazarov, poniéndole zoom a sus rumbas más representativas, a sus palmeros y aquel coro de dos mujeres que parecía que desafinaban, pero sin el que Peret era menos Peret.
Porque Luis Aguilé, Manolo Escobar, y Peret forman parte de nuestras canciones y recuerdos  de verano, de una televisión blanca, aunque fuera en blanco y negro, y los tres nos han ido dejando, quedándonos huérfanos de referencias.
Para los nacidos en los sesenta, Peret significa aquel cantante que nos representó en el Festival de Eurovisión de 1974, y que nos decía en imperativo “Canta y sé feliz”, cuando en ese festival no participaban tantos países como ahora, ni había tanto “amiguismo” ni “friquismo”.
Peret, a los que ya han cumplido la treintena, les recuerda la ceremonia de clausura de las Olimpiadas de Barcelona, su Barcelona, y la voz de Constantino Romero, también ya desaparecido, pidiendo por favor, en varios idiomas, que los participantes al mismo se bajaran del "tablao". Porque, aunque nacido en Mataró, Peret ha sido y será un icono de Barcelona, de esa cultura abierta a todo y a todos.
Peret era ese giro de guitarra con percusión, que secretamente esperábamos que le saliera mal, para ver cómo disimulaba el trance, pero eso nunca ocurrió. Porque en el ADN de Don Pedro Pubill, estaba hacer lo difícil fácil, y que esas canciones, aunque compuestas o arregladas por él, pertenecieran desde el inicio al pueblo. Ese mismo pueblo que quizás no comprendió el por qué se alejó de las tablas por enseñar la religión, su religión. Entonces aprendimos también que Peret tenía otra faceta muy diferente de las canciones festivas y, quizás algo intrascendentes, y que hasta entonces lo había guardado sólo para él.
Lo mismo que había un Peret dependiendo de la edad del público, había otro de puertas para adentro, y esa inquietud religiosa le hizo dejar, durante mucho tiempo, lo que más quiso hacer, y mejor sabía: cantar y componer.
Descanse en paz Don Pedro Pubill Calaf, ante todo un hombre sencillo  y compositor de sones sencillos pero con algo, con ese alma que también quiso enseñar en recintos sagrados.

*FOTO: DE LA RED