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martes, 21 de noviembre de 2017

¿Y SI FUERAS INMORTAL?


Buscando un tema para el blog, una pregunta ha llenado mi mente: ¿Y si fueras inmortal?

La cuestión ha debido de actuar como un virus, e inmediatamente la autodefensa me ha hecho sentirme con una gran sensación de hartazgo.

Si este año, especialmente de barretina  y pan tumaca, ha sido como para evitar en el entorno tener todo tipo de objeto cortante, lo de la inmortalidad, o el “para siempre” no sería un don sino una condena.

Nunca he creído en la felicidad absoluta, porque ser absolutamente feliz, o absolutamente triste, tiene que cansar. Solamente tener el rictus sonriente, o triste, durante varios días, y sus respectivas noches tiene que ser como soportar una especie de máscara agotadora.

Todo lo que suene a “para siempre” tiene mucho de condena, aunque te digan que vas a ser feliz. Da una sensación de orden, y quiero ser feliz, este vecino del mundo  quiere ser feliz cuando quiera o cuando pueda, porque la felicidad, no lo olvidemos, tiene que ser la cara A de la B que es la tristeza, la una sin la otra pierden su sentido.

Además, en lo de ser “inmortal” puede haber dos modalidades:

La primera, que todos sean inmortales, y en esta opción para decirlo al menos de una manera graciosa, no me veo con l@s cuñad@s  congeniando toda la eternidad. Ni soportando, por decirlo también suavemente, a algunas figuras de nuestro panorama patrio en diferentes glaciaciones… Por cierto, a este respecto ya hay figuras de nuestro cortijo nacional, y no voy a decir más, que tienen un mucho de inmortales...

La segunda, que sólo seas tú el inmortal, y los descendientes de tus hijos que algún día se pregunten: ¿Y éste que hace aquí?

Todos tenemos nuestra época, nuestro ámbito, nuestra gente, trascender en carne y hueso no tendría sentido. Aparte de que si cuando ya has vivido varias décadas,  los déjà vu suelen ser frecuentes, la inmortalidad sería un continuo déjà vu, con el dolor que pueda dar el recordar, o el olvidar, para siempre.

Como resumen diría, parodiando el título de aquella obra de Adolfo Marsillach, que siempre es mejor decir “Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?” que tener que decir ese terrible “Por favor, que paren ésto que me mareo”.

*FOTO: DE LA RED