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martes, 2 de febrero de 2021

LOS PEORES ENEMIGOS...

 

Unas recientes declaraciones de Reyes Maroto, Ministra de Industria, Comercio y Turismo,  para Onda Cero, asegurando que "...quieren tener todo preparado para que en Semana Santa se pueda empezar a viajar de una manera segura… “ ha dejado clarísimo uno de los métodos, el de la zanahoria atada a un palo, utilizado por nuestro Gobierno.

No hace falta aclarar que cuando hablo de “nuestro Gobierno” incluyo también a todo gobierno autonómico, y a los diferentes partidos. No se salva nadie.

El problema de darnos cuenta del método de la zanahoria, es que inmediatamente percibimos también de que nos tratan como a un rebaño de ovejas, que formamos la mayoría de los españoles de buena fe, y a los que entre otras cosas, nos pueden llevar al matadero, como lo están haciendo, teniendo como muleta un futuro casi próximo, en teoría, esplendoroso.

Pero ya se sabe…, al final nos pasa como en aquel viejo chiste, un optimista crónico, que preguntado por su vida sexual, la describía diciendo que “Follo casi todos los días. Casi los lunes, casi los martes…”

Y es que hay muchas maneras de ver la vida, entre ellas la de vivir rodeados de voces en off, que te hacen ver siempre las supuestas luces al final del túnel, y así intentar obviar la oscuridad en que estamos metidos.

Hace ya un tiempo que os dije, que había quitado al alcance de mi vista, todo objeto cortante para así poner a salvo mi integridad y la de mis venas. 

Ahora acabo de decidir que también voy a tener que proteger con bandas esponjadas todo tipo de aristas para evitar darme cabezazos. ¿El motivo? Esa Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que se ha descolgado con un “diferente” orden de prioridades (camareros, profesores, cajeras y periodistas) para cuando pueda vacunar masivamente.

No puedo negar que si algún día necesito a la mejor publicista, intentaré ficharla para el puesto. Eso, si acepta trabajar siempre con gafas de sol.

Y es que sus ojos siempre serán su peor enemigo…

*FOTO: DE LA RED

jueves, 12 de marzo de 2015

SOLEDAD EN LOS MARES DEL SUR



Soledad en los Mares del Sur”. En algún lugar he oído esa frase, o quizás la he soñado. Algunas veces vienen frases a la mente como restos de un eco que va muriendo, pistas de un pasado, o quizás de un futuro, que tienes que utilizar como piezas de un rompecabezas, y colocarlas en su debido lugar de tu mente.

“Soledad en los Mares del Sur”, tropical, pero soledad al fin y al cabo. Soledad teñida de azules de un mar perdido, aunque en este caso parece que el perdido soy yo, no sé si en los mares al sur de la nada o de un recuerdo que lucha por asomarse en la monotonía de la realidad. Soledad con sabor a sal, y poco a poco vas apareciendo en el lienzo de mi mente.

Soledad, eres tú. Hace tanto tiempo que ya no me acordaba. Fueron solamente siete días, una semana de un cruce de caminos que no nos juntaba, sino que nació separándonos. Soledad, era tu nombre, debe de seguir siendo tu nombre. Aquellos ojos de gata, con siete vidas diferentes, y ninguna para vivirla conmigo, siete pecados capitales en una capital de una provincia cualquiera. Y ni el lugar, ni el ambiente, ni siquiera el calor era tropical.

Poco a poco las imágenes se van enfocando. Una joven de mechas rubias y acaracoladas, un pelo frío para una piel tan morena como retadora. Dos miradas que no debieron de cruzarse, rompiendo el silencio de un paisaje prohibido. Un bar nuevo jugando a  antiguo, madera cara recreando el continente de unas vidas siempre ocupadas en el mañana. 


Creo recordar, otra pista del rompecabezas. Te pregunté por una dirección, y tú me dirigiste. Dirigiste mi vida durante siete días, y no volví a verte. Volví al bistró, diseño francés para una ciudad castellana, siete veces más, siempre el siete, y no estabas, nunca estabas. Y juré no volver a buscarte, no volver a recordarte, ni a ti, ni al bistró “Los Mares del Sur”, tan sugerente como equivocado. Un mensaje mecido por los mares del olvido para no llegar a ninguna parte, como su historia.


*FOTO: DE LA RED

miércoles, 25 de septiembre de 2013

LA MUJER DE LA PRIMERA PUERTA (CUENTO)

Era la quinta vez que había llamado a esa puerta y seguía sin tener suerte.

Su amigo Luis, el adivino, le había dicho hace dos días, al echarle las cartas, que en esa dirección, iba a encontrar su felicidad.

Él no le había creído en ningún momento, ni siquiera esa misma mañana al levantarse se hubiera imaginado que tan solo unas horas después, como guiado por una extraña sensación, se iba a dirigir a aquella calle, tan lejana a la que él vivía, y llamado a la puerta, con una burda excusa, para comprobar quién vivía allí.

Una mujer morena, de ojos azules y expresión dulce apareció a los pocos segundos. Desde que se vieron, ninguno de los dos apartó los ojos del otro. De hecho, Luis ni siquiera podía recordar la excusa que había puesto, solo recordaba que tras despedirse de ella, en el umbral, del que no se había movido, le había vuelto a llamar, para, armándose de valor, intentar quedar con ella, y ya no había tenido suerte.

Cada una de las cuatro veces posteriores, no es que la persona que le abría la puerta era diferente, sino que el mismo pasillo que se veía desde la puerta lo era. Era algo así como viajar sin moverse del sitio.

No podía pensar, porque la situación se le escapaba, pero tenía claro que no iba a volver a llamar, porque al hacerlo, parece que la imagen que tenía de ella se iba diluyendo poco a poco.

Como siempre hacía cuando no lograba encontrar la solución a algo, decidió dejarlo por el momento, y cogió el mismo autobús rojo que le había traído hasta allí.

Siempre que no daba con la respuesta a algo, decidía parar y pensar en otra cosa, y como por arte de magia, algunas veces más tarde que otras, encontraba la respuesta, o incluso, había situaciones en que  estaba convencido, que ésta, la solución, le encontraba a él.

Intentando recordarla, el autobús, que no llevaba mucha gente en ese momento, paró delante de un paso cebra. De pronto, vio a aquella mujer, la de la primera puerta, que comenzaba a pisar por las rayas blancas. Sin embargo, algo le hizo darse cuenta, de que en los pocos minutos que habían pasado, la mujer parecía más madura, como si en lugar de minutos hubieran pasado algunos años. Iba sonriendo mientras agarraba a dos niños, y por un momento le pareció que sus miradas se cruzaban. Fue entonces cuando se dio cuenta de que iban con un hombre cuya figura se le hizo conocida al principio, aunque tardó en comprender, porque no podía ser. Era él mismo, aunque con canas en las sienes, quien les acompañaba.

Por un momento pensó que estaba soñando, pero desgraciadamente al llegar a su casa, estaba tan solo como siempre. De qué le servía saber que en un futuro encontraría su felicidad, si en ese momento era el hombre más infeliz del mundo; y lo que es peor, y además, incomprensiblemente, celoso de sí mismo.

*FOTO: DE LA RED