Hoy
es el primer día mundial de la radio, y este vecino del mundo
ferviente consumidor de las ondas hertzianas, calvo impenitente,
siempre han sido las únicas ondas que han estado con él, quiere
rendir un humilde tributo a ese compañero, que junto con el perro,
le hace compañía diaria sin pedir nada a cambio, aunque eso sí,
mientras el amigo de cuatro patas se alimenta de una especie de
pienso compuesto, el otro se alimenta generalmente de intentar que
piense en ciertas marcas, o lo que se conoce como publicidad.
En
el caso de este vecino del mundo, la mayoría de su banda sonora
desde niño viene ligada a la radio. Desde pequeño, los recuerdos de
las tardes después del colegio, sobre las cinco y media, siempre
eran, tarde lluviosa, quieto durante un rato en un lado de la cocina,
comiendo el bocadillo de chocolate, y la madre siempre a esas horas,
tras barrer, fregaba el suelo con agua y jabón, mientras oíamos las
novelas de la radio, porque eran varias, aunque siempre con las
mismas voces, y una gentileza de Cola-Cao, y de Teófilo Martinez que
las narraba.
Siempre
vivirán con nosotros personas como Pedro Pablo Ayuso, con su voz
aterciopelada, aunque murió muy joven, y Juana Ginzo, y Matilde
Conesa, que durante muchísimos años fueron las voces de los sueños
de la mujer española.
En
esa época todavía la radio era un aparato grande y pesado, con su
mueble de madera, y en muchos casos, con su luz que le daba un
aspecto de vida interior, de que los locutores y bandas que sonaban,
tenían que estar bien organizados y quietos para poder estar dentro
de ese aparato, que aunque grande, para lo que entraba allí, al final
era pequeño.
El
mediodía era para Don Juan de Toro y el concurso El pototeo, en el
que la gente se movilizaba para ir a los estudios de radio más
cercanos, e intentar adivinar el verbo que se escondía tras las
pistas que daban.
Otro
gran recuerdo, era el del programa nocturno, todos los miércoles,
“Ustedes son formidables” que intentaba recaudar fondos para
alguna causa, y que entre la voz de un Alberto Oliveras
inconmensurable, y la Sinfonía del Nuevo Mundo de Antonín Dvorak,
te hacían sentir que el mundo se había parado durante unas horas,
hasta que te decidieras a pasar por caja, y donar lo que pudieras.
Aquellos
profesionales, junto con el “parte diario” e intentar escuchar
muchas noches, noticias no oficiales, desde Radio Andorra, fueron la
base para el cariño de la radio de nuestros días, y que es tan
importante como aquella hoy relatada, pero que ya le pilla a este
vecino un poco más talludito, y por siempre incondicional del medio.
¡Larga vida a la radio!
*FOTO: DE LA RED
He leido tu post, y en el recuerdo me produce nostalgia, y como icono de aquella sociedad, la radio y algunos de sus programas para mi representa la ingenuidad bien entendida y el candor de una época barrida por el tiempo (o el viento).
ResponderEliminarYo durante algunos veranos, me aficioné a "Hablar por hablar", y aunque me temo que ese programa puede tener distintas lecturas, sigo admirando la ternura de la gente que trataba de ayudar a anteriores llamadas en las que habían expuesto su caso personal con tanto desconsuelo. Uno se dejaba llevar por la atmósfera de solidaridad cual cadena de favores que los oyentes creaban uno tras otro.
Hoy en día, si te sientes solo y no sabes a quien decírselo puedes entrar en una página de contactos y decírselo a 50.000 fotografías con perfiles de ciencia ficción.
Hemos perdido parte de la magia, la radio era el medio que la tenía por excelencia.
Cualquier tecnología escrita es más fría que la tecnología de oídas.
Un saludo.
Juan Manuel.
JUAN MANUEL
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo con respecto a la magia de la radio, que en algunos programas, aunque cada vez más contados, sigue habiendo. Ahora hay programas en los que se confunde lo chabacano, lo zafio, con la sinceridad de lo que aflora en la piel. Hay locutores que confunden el soltar tacos con la sinceridad.