Con lo mal que va todo y encima se nos muere Omar Sharif.
Ya no nos quedan ni los recuerdos...
Así, sin anestesia. A última hora de ayer estaba
conectado a las llamadas “redes sociales” por si encontraba ese unicornio azul
que dice la canción, ese oasis entre tanta podredumbre, ese arco iris entre
tanto gris, cuando alguien comentó la mala nueva: “Ha fallecido Omar Sharif”.
Quien siga a este “vecino del mundo” tiene más que
asumido que su película favorita es “Doctor Zhivago” por lo que se imaginarán
cómo se encuentra hoy.
Lo que no saben es que para este vecino el cielo debería
ser, y no lo digo ahora, siempre lo he pensado, estar en el rodaje de aquella
película. En una España de 1965 en blanco y negro, una superproducción en la
que la piel de toro se tornaba una Rusia revolucionaria. Un rodaje eterno, como
eterno es, eso dicen, el cielo, aunque el rodaje durara solamente, algo más de
un año.
Muy pocos sabrán que Don Omar Sharif estuvo a punto de no
pasar el casting por algo que se le escapaba a sus esfuerzos: su pelo. Yuri
Zhivago no podía tener el pelo rizado como él. Pero gracias a la
profesionalidad de un técnico español especialista en pelucas, Don Julián Ruiz,
quien le afeitó un poco el pelo de la frente, y le colocó una discreta peluca
de pelo castaño para ocultar su pelo rizado y ligeramente canoso, pudo
conseguir ese papel.
Y quizás, el mayor enemigo de su carrera como actor,
también ha sido él mismo, con esa aureola de bon vivant bien ganada en esas
veladas de todo tipo de juegos de azar, y especialmente el bridge. Para el Señor Sharif alejado de las
cámaras, siempre se ha dicho que un día bien vivido siempre comenzaba al despertarse al mediodía.
El Señor Sharif siempre ha sido, al menos para este
vecino, el prototipo de actor que va más allá del texto, de lo que se dice. En
Omar Sharif, y en especial en su papel de Yuri Zhivago, siempre ha sido muy
importante, las miradas, los silencios, la sugerencia. También en este contexto,
conviene recordar, en “Lawrence de Arabia”, esa famosa aparición en el desierto
de un Omar Sharif totalmente vestido de negro, que empieza a acercarse desde un
punto del horizonte, y el gran David Lean, director de ambas películas, evita hacer una elipsis, quitarnos
tiempo, hasta que se le vea de cerca. El efecto creado, en lugar de una cierta
morosidad en el movimiento de la misma trama es, sin embargo, lograr una gran
expectación en ver quién es el que aparece. Desde ese mismo momento nunca
olvidaremos a un Omar Sharif, por otra parte, inolvidable.
Hoy el mundo es un poco más triste, y da más ganas de
cruzar esa frontera blanca que siempre ha sido el lienzo inmaculado de todo
cine que se preciara de serlo.
Me reconforta pensar que por fin Yuri Zhivago ha
encontrado a Lara para siempre, aquella Lara de sus poemas nocturnos, que vio
desde el tranvía, pero a la que nunca pudo alcanzar.
Hoy en el cielo ya hay una estrella más, que brillará
tanto como sus ojos en la pantalla. Descanse en paz Omar Sharif.
*FOTO: DE LA RED
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