Al final, ¡qué pena!, que el
Antonio y la Melania ya han disuelto su matrimonio, “han tarifado”, como dirían
antes algunos de los cronistas del papel cuché. Y se resuelve todo, o se destroza todo, repartiendo
sus pertenencias en un cincuenta por ciento, y el malagueño pasando por caja,
eso dicen los entendidos, y dejando sesenta mil euros todos los meses a la hija
de “Marnie, la ladrona”.
Por cierto, es curioso lo de
esta película. En el inglés, o americano, original, era simplemente “Marnie”,
pero, quizás, por aquello del machismo en el que estábamos sumergidos hasta el
cuello a principios de los sesenta, una mujer, no podía ser solo un nombre, debía
de ser señalada la propiedad o, algo aclaratorio de ella, y le toco “ladrona”,
por cleptómana. Y, quizás, visto desde un lado un tanto romántico, por robarnos
el corazón de la mayoría de los espectadores de esa película, e incluso de su
director, al menos eso siempre se ha dicho.
Es como si ahora Doña Soraya,
Sáenz de Santamaría, aunque pudiera representar a todo un presidente para que
le partan la cara, mediáticamente hablando, en lugar de a él mismo, no pudiera
ser solo Soraya, y le llamaran, por ejemplo, "Soraya, la segundona", o "Soraya, la
futurible". En algo hemos cambiado.
Incluso, al Señor Presidente
del Gobierno, se le pudiera aconsejar que dejara de perseguir hipsters para su
causa, y vender su bajada de pantalones del otro día, en aquel encuentro entre
cuatro, como de dar una oportunidad a las mujeres de este país.
Puestos a vestir
verdades con cosas que no son, por lo menos no hubiera estado muy lejano a la realidad.
Y… volviendo a nuestro
Antonio, al Banderas, esperemos que su futuro nuevo negocio, de ropa esta vez,
le vaya viento en popa, porque va a tener que vender ropa, y mucha, para esos sesenta mil euros que necesitará
todos los meses, sino quiere que los abogados de Melania, como hombres del
frac, pero a la americana, aparezcan en su futuro probable, reclamándole la
manutención.
Por cierto, y bien mirado,
en una España que las mujeres de cierto estatus en lugar de decir “sus labores”,
como antiguamente muchas de ellas, sin comerlo ni beberlo, y mucho menos
estudiarlo, se definen ahora como “diseñadoras”. Y sin embargo, Antonio, el
Banderas, el bueno, y el malo, de muchas películas, ha tenido los arrestos, por
no decir otra cosa, de hacer un “break”, tomarse un descanso, un respiro, y lo
digo en americano, porque seguro que es más caro, y le cuesta más, para bajarse
al fango del estudio y del esfuerzo, para aprender aquello, que entre otras muchas
cosas, también quiere hacer. Y en eso, en España, tampoco estamos
acostumbrados.
Una vez más, Antonio, que
desde ahora, además del “Ex de la Griffith”,
también será “El de las sesenta mil del ala”, abriendo horizontes, y sin
dobles, porque ésto es la vida real.
Al final, a los hombres
también se les pone sambenitos. Quizás, por aquello de que la envidia iguala a
todos.
*FOTO: DE LA RED
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