Dentro de unos momentos, este vecino del mundo se va a dar
un paseo que le servirá a modo de elixir de la eterna juventud. Y es que ya
falta poco para celebrar la Noche de San Juan. Aquella noche que, entre otras
cosas, significaba el fin de un curso, su intento de dejarlo atrás, y
jugar con un futuro que se escondía tras la oscuridad de una noche, sin duda, especial.
Hay ritos, costumbres, noches que son una especie de
vuelta a la niñez, quizás de empequeñecer en tamaño, para verlo todo con
aquellos ojos grandes que nos caracterizaban cada vez que vivíamos algo que escapaba a la razón. Porque un niño, espera todo, comprende todo.
Y la noche de San Juan, aquellas noches de los años
sesenta, tenían para nosotros al menos, mucho de rito que olvidaba la razón para troncar con esa sombra de brujería que se esconde en cada noche. Ese
quemar algo viejo, ese saltar el fuego, está más cerca de un aquelarre, de jugar con lo prohibido, de cruzar al otro lado del más allá , de la sinrazón. Más
cerca de intentar romper las puertas del cielo, que hacer cola ante el Todopoderoso, para ver si nos
hemos portado bien.
La noche de San Juan del 2016 tuve la gran suerte de
disfrutarla en la playa de La Zurriola, en Donosti, entre carajillos, bruj@s de
distinto pelaje y música de enigmáticos acordeones.
Hoy, esta noche, estaré más lejos; lleno de ecos
habanero-salineros, y de much@ rubi@ europe@; pero seguiré buscando al otro
lado de la hoguera de cualquier playa, ese reflejo, quizás de una cara, o de unos ojos, que no
paran de vigilar, prestos a reconocerme el día que ya la hoguera esté en el
mismo lado de los dos.
*FOTO: DE LA RED
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