Nunca he añorado ser otra persona, quizás porque bastante
ocupado estoy en intentar ser yo mismo. Ya se sabe sin embargo, que la
programación de películas en nuestros canales televisivos está fatal, y en algo
hay que darle al magín. Por eso uno de estos días me he preguntado quién me
gustaría ser si tuviera que ser otra
persona, y ya de paso, que sea conocida.
La verdad es que no he dudado en ningún momento. Y desde el
primer instante, siempre he deseado ser Boris Izaguirre. No, no por su elección
sexual, ni por sus poses siempre tan grandilocuentes y la mayoría de las veces
buscadas, sino y quizás como resultado de lo anterior, por su sentido de la
ironía.
Este vecino precisamente promociona su blog, A TROCHE Y
MOCHE, haciendo hincapié en que es irónico, pero Boris juega en otra liga. Él es como si Obelix, y claro está que no lo digo por su figura sino
por su bondad, hubiera caído en una marmita repleta de esencia de ironía,
además purificada.
No pretende ser irónico, sino que es la ironía pura con acento
venezolano que termina de definir además a su personaje. Y siempre es una
delicia ver la vida, desde su columna, cada sábado en El País, y desde sus
sabias entendederas.
Nadie debería de sentirse herido por sus comentarios,
porque desde un primer momento, y como un animalito herido, Boris siempre ha ofrecido
su yugular. Y a partir de lo que pudiera ser su debilidad, él se ha hecho, sino más fuerte, sí más sabio.
La vida de Boris Izaguirre de ser convertida en película,
debería de tener un presupuesto, sin duda, de peliculón estadounidense.
Paisajes con diferentes contrastes pero todos grandiosos; y fiestas, muchas
fiestas, de esas que se pudieran denominar como suntuosas, pero dando
preponderancia al conocimiento de personas y no de juergas. Una película, sin duda, llena
de interesantes personajes encarnados por actores de talla mundial que aunque
en escasas secuencias, desgranaran su sabia esencia actoral.
Hasta que conocí por televisión al Señor Izaguirre, primero
como un show en sí mismo, y poco a poco adivinando a la persona que se
encuentra, en su caso más al lado, que tras el personaje, el adjetivo “divino”
siempre lo había relacionado con un Dalí que en cualquier entrevista, y eran
innumerables, siempre se definió como tal. Sin embargo, y desde que Boris está
en nuestro mundo, “divino” es el adjetivo que más le cuadra y que él utiliza
constantemente como plenitud de lo máximo al cuadrado.
Por eso ya para terminar, y dirigiéndome directamente a
él, quiero decir, quiero decirte, que contigo dentro, el mundo, sin duda, es
mucho mejor y natural.
Boris, te quiero. Eres, y en tu caso además estarás
siempre, divino.
*FOTO: DE LA RED
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