En los periódicos de ayer aparecía la noticia de que el Gobierno en funciones acababa de aprobar, en su último Consejo de Ministros, el indulto al preso más antiguo de España, Miguel Montes, de 61 años, que desde 1976, cuando ingresó por primera vez en prisión, acumuló más de 30 condenas por una decena de delitos, algunos violentos, pero ninguno de sangre. Esa decisión no significa la excarcelación inmediata de Montes del penal de Albolote (Granada), debido a que el indulto es sobre dos causas y tiene más pendientes, aunque se confía que pueda quedar libre pronto. Se le concede el indulto a condición de que no cometa nuevos delitos, lo que ha ocurrido hasta ahora, cada vez que se le dio un permiso o se fugó de la cárcel (hasta en seis ocasiones).
A este vecino del mundo le ha calado hondo esta historia en su aparente pequeñez, porque significa que ha habido una persona que durante treinta y seis años ha sido apartado de la vida diaria, viviendo en una especie de limbo, y ahora se le va a dejar libre sin más. Lleva más años apartado de la sociedad que viviendo en ella.
La primera pregunta que a este vecino se le ocurre, y no es broma, es si este preso quiere salir de la cárcel, porque solo por los años transcurridos, tiene que considerarlo como su verdadero hogar.
Además, ahora que todo el mundo quiere sobresalir por algo, por batir una marca cuanto más extraña mejor, hay una persona de la que nadie sabe nada que como se diría en el argot carcelario, se ha chupado más años de trena que nadie, por unos delitos que en realidad ya no importan.
Es una especie de historia de humor negro, porque aparte de la cantidad de años pasados en el trullo, no es algo que luego se pueda pasar al papel o incluso al celuloide, porque no destaca por nada. Ni se puede escribir un nuevo Expreso de la media noche, ni un nuevo Papillón; es más, incluso si quisiera contar su historia en la barra de un bar, para mojar sus penas, corre el riesgo de que alguien le diga que no le de la chapa.
A este vecino que le gusta verlo todo en imágenes, piensa que la historia no da para ser contada en cinemascope y a todo color, sino para una película de blanco y negro, al estilo de las de finales de los cincuenta en España, y que en aquel momento muy bien la pudiera haber interpretado un Manuel Alexandre, dando cara y cuerpo al rey de los anodinos, que en su pequeñez muy bien pudiera haberse granjeado la simpatía del público de aquella época. Y es que en cierta manera esta historia destila tristeza e incluso un poco de ternura en su simple realidad.
*FOTO: DE LA RED