Esta noche, la que lleva al veintidós de Diciembre, es la noche de la esperanza, simbolizada en los que la pasan haciendo cola para luego ser los primeros en entrar en la sala del sorteo de la lotería de Navidad. Es una especie de Meca del juego, y símbolo a nivel nacional de que la Navidad ya llegó, porque el día de Santo Tomás, del que todavía nos estamos recuperando es solo, más o menos, a nivel de nuestra comunidad.
Me he pasado la noche soñando con bolas brillantes que bajaban desde un cielo tan estrellado como sólo se veía en Encuentros en la tercera fase y E.T. A medida que iban aterrizando con extremada suavidad, de ellas iban saliendo unas siluetas, ya que por el resplandor de luz apenas se podía divisar su interior. En realidad eran bolas metálicas gigantes igual que las utilizadas para realizar los sorteos de la lotería nacional. Toda la escena era acompañada de un gran estruendo y de una voz proveniente de una especie de megafonía celestial. La voz, de hombre, iba recitando una especie de cantinela monótona cada vez que una de las bolas metálicas aterrizaba. Era una escena surrealista en la que todo sucedía en una especia de gran escenario donde demasiadas luces blancas daban un toque del más allá. En un momento dado, cesó la llegada de esferas metálicas. En el gran escenario conté trece bolas, aunque una de ellas era doble, y en la cual se adivinaba una silueta femenina rubia.
La voz, que al ir acostumbrándome al eco me iba recordando cada vez más al Señor Rajoy, con su peculiar acento, estaba dando instrucciones a cada uno de los pasajeros recién aterrizados para que fueran saliendo de cada una de sus naves. Conté nueve siluetas de hombre y cuatro de mujer, que se fueron colocando en fila, todos ellos iban vestidos con impolutos trajes negros del Colegio de San Ildefonso. Ellas con asexuada falda gris plisada.
A la derecha del escenario, de acuerdo a lo que yo veía, había una gran mesa con trece maletines, el último de ellos un poco más grande, que con una gran solemnidad fueron recogidos a medida que la voz con acento iba diciendo cada uno de los nombres, que debido al eco y a la descarga de decibelios era incomprensible para mí. El último maletín, el más grande, fue recogido por una mujer rubia, la misma que había llegado en la bola doble, y a la que se adivinaba bastante joven. En ningún momento pude ver bien sus caras pues el exceso de luz blanca daba un aspecto fantasmagórico a la escena.
La voz atronadora no paraba de darles instrucciones, y prácticamente lo único que pude entender es la frase final, que decía algo así como “...Y no olvidéis que el machete que lleváis es para los recortes, para los recortes”. En ese momento me dí cuenta que del cinturón de todas y cada una de las siluetas iba colgando un gran machete forrado en oro, y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. No entendía nada pero intuía que nada bueno iba a pasar, y en mi mente, entonces, tuvo sentido la frase El misterio de la Navidad.
*FOTO: DE LA RED