“Que por mayo era por mayo cuando hacían la
estación…”
Remedando al clásico se podía decir así, después
de que ya se ha confirmado el comienzo
en mayo del año que viene de las obras de la famosa, y eso que todavía no se ha
realizado, estación de autobuses donostiarra.
Desde la atalaya en que este vecino del mundo
observa y luego escribe, es sinceramente muy difícil de creer que no haya cambios
de fechas ni atrasos sine die, porque
si en épocas de vacas gordísimas no comenzamos las obras, ahora si eso ocurre
deberíamos de salir en primera plana de cualquier periódico a nivel mundial.
De todas maneras, el donostiarra de pro tiene sus
propios recursos para animarse en épocas en que vienen mal dadas. Lo más manido
es apelar en cualquier momento al “marco
incomparable” como si con eso, con tener un paisaje envidiable, se arreglara
todo.
Es triste decirlo, pero para tener ese paisaje no
hemos hecho nada, la mera casualidad, porque si hubiéramos tenido que comprarlo, todavía
estaríamos sin decorado. Con eso de que
para cualquier cosa hay que crear comisiones a favor y en contra, al final como
no se ponen de acuerdo, siempre nos quedamos sin nada. Y sino a las pruebas me
remito en lo que a estación de autobuses se refiere, que andamos pelando la
pava desde mediados de los setenta ( sí, del siglo anterior), y de lo que ya
nos hemos hecho eco en esta atalaya en múltiples ocasiones.
Lo del marco
incomparable viene al pelo para explicar cómo es el donostiarra. Él es muy
de observar, organiza grandes fiestas en la Semana Grande, pero normalmente la
participación es para mirar; charangas, para ver, con muy poca gente bailando
por detrás; concurso internacional de fuegos artificiales, para mirar, otra vez.
Es que el donostiarra nunca se
descompone, y menos en una fiesta.
Otro recurso donostiarra es recurrir a la
imaginación para intentar competir, muchas veces con el vecino vizcaíno. Que
ellos tienen metro, a nosotros nos da lo mismo, cogemos el viejo tren del
“topo” (por los años que ya tiene, aunque las unidades sean nuevas), le
cambiamos el nombre, le bautizamos como “metro”, y…¡fuera complejos!, para
nosotros la honra y para ellos el dinero.
En cualquier caso, siendo así, no hacemos mal a
nadie, solo a nosotros, y además, no nos vamos a quejar, para no descomponer la
imagen.
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