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jueves, 28 de septiembre de 2017

OTRO TIPO DE VUELTA ATRÁS


-Hola, Mikel, ¿Qué tal va la reforma de tu casa? Muy tranquilo te veo…

 Éste es un anuncio que oigo todos los días por la mañana en la radio (zona guipuzcoana), más o menos a la hora del desayuno, y que me sirve, también puede ser útil, para jurar en arameo (yo lo hago en arameo pero se admiten otras variantes o lenguas). Porque es real como la vida misma, y que tras una aparente pregunta, a modo de vaselina, lo importante es la segunda parte. Ese “muy tranquilo te veo” equivale, al menos en mi pueblo, a “te estás tocando lo que viene siendo los bajos como es habitual en ti”.

Esa aseveración, que lo es, viene normalmente por gente que no son amigos tuyos, que quizás han coincidido en tiempos, como se decía antes, de Maricastaña, y que si tú les respondes como se merecen, se excusarán ligeramente, mientras no te miran a los ojos. Y se irán reafirmándose en su interior con el concepto que ya tenían de ti.
Y es que ese anuncio me recuerda una vivencia que ocurrió hace muchos años.

Como mis lectores más adictos (porque muchos ya me han dicho que este blog engancha) ya saben, desde finales de 1978 a finales de 1981 estuve en Londres, aprendiendo la lengua, e intentando gastar el menor dinero posible, con trabajos de cualquier tipo que me dejaban realizar en restaurantes y hoteles, ya que entonces España no pertenecía al Mercado Común y no nos daban permiso de trabajo, salvo en alguna más bien remota excepción.

Pertenezco a un pueblo, Elgóibar, en el que todos nos conocíamos entonces, al menos los que salíamos fuera y estábamos en la misma situación. Y había coincidido en Hyde Park un día con un chico dos años más joven, y que aún siendo de mi pueblo solo lo conocía de vista, y tras la consiguiente charla un tanto forzada por el destino, no más de cinco minutos, nos despedimos. 

El verano del año siguiente coincidimos otra vez, pero ésta en nuestro pueblo, y mi cuadrilla con la suya.  A él le faltó tiempo para decir a voz en grito, los chicarrones del norte, todos, hablamos así:
-Jodé, no me habías dicho nada, pero ya me he enterado de que estás trabajando en un Banco del centro de Londres. ¡Qué callado te lo tenías!

Sin despeinarme, entonces tenía una buena mata de pelo, le contesté con tanto sentimiento, como la voz de la máquina de tabaco:
-Sí, trabajo en un banco, como tú dices, en el centro de Londres, pero tres días a la semana, Lunes, Miércoles y Viernes, dos horas cada día … limpiando suelos.

Entre las dos cuadrillas éramos unas diez personas, y nos abdujo un silencio que no nos soltó hasta que ellos, los otros, ya debían de haber abandonado el país. Por supuesto, que no hubo ningún tipo de asomo de disculpas tampoco.

Yo nunca desvelé, lo hago ahora, y sin cobrar, que el otro, hijo de un amigo de mi padre, pero nosotros no teníamos nada que ver, estaba trabajando en Londres a través de un contacto de la empresa en la que trabajaba su “aita”. Y él, en el  breve contacto que habíamos tenido en Hyde Park nunca me lo dijo, y eso que le había dado sutilmente pie a que me lo comentara, pero en ese instante evitó mirarme observando, aparentemente, el horizonte londinense.

Lo que yo hice entonces, ese silencio evitando la revancha, no fue cobardía ni mucho menos, sino “elegancia”, porque hay otra elegancia que no consiste en comprarse ropa de marca, preferentemente, además, extraordinariamente cara.


Hay momentos de la vida diaria, que son un auténtico túnel del tiempo...

*FOTO: DE LA RED

martes, 16 de junio de 2015

RECORDANDO A PELOTA MAXIMUM



¡Estoy agotado!
¿Es mi impresión o todos estamos a favor o en contra de alguien? Si es así, eso no puede ser.

Ahora, los que se definen como del centro se han erigido en jueces sumarísimos de las alcaldías que han perdido, y se han vuelto más papistas que el Papa. Me recuerdan a aquellos años en la escuela, con unos doce años, cuando el profe salía un momento de clase, y dejaba al más pelota, Pelota Maximum, a cargo del aula, y  solo tenía ojos para vigilar a aquellos que le caían mal.

Hasta en el vecindario de este vecino del mundo, han surgido complicaciones. Don Jorge, el del tercero, seguidor de Mariano Rajoy antes de que Mariano Rajoy naciera, se ha quejado de que en las últimas votaciones para elegir al Presidente de la comunidad hubo compra de votos, en forma de invitación de pinchos en el bar al lado de casa. Y que en realidad el más votado debía de ser él.

Sea lo que fuere han surgido rumores en contra de Ludovico, actual Presidente, viudo de toda la vida. Las malas lenguas dicen que ha cogido por costumbre poner la televisión muy alta a partir de la una de la mañana. Y lo malo no es que se oye, por ejemplo, música clásica, sino que se oyen quejidos de todas la maneras imaginables o no.

A  Ludovico, por lo que dicen, no le debe de doler nada, sino que se ha hecho  adicto al porno, y al parecer no se pierde ni una de esas pelis que un canal determinado de televisión pasa a esas horas. 

Intentando mediar en el rifirrafe, este vecino ha dicho, al requerirse su opinión, intentando enfriar el ambiente reinante, que mejor será hacer el amor y no la guerra. Con lo cual, en la lista negra, o para ser políticamente correctos con los tiempos que corren, ahora habrá que decir, en la lista afroamericana, acompañando a Ludovico se encuentra este vecino. Y lo más curioso del caso, es que al mando de este grupo de rasgadores de vestiduras se encuentra Don Eugenio, el del cuarto, que para más inri hasta hace muy poco tiempo era el propietario de dos bares de esos de lucecitas.

Doña Reme, valiente y cotilla a partes iguales, le preguntó hace muy poco, que cómo para unas cosas era tan remilgado, Don Eugenio, y para otras, tal como se lo dijo, católicoapostólicoyromano. Sin parpadear ni sonrojarse, Don Eugenio replicó  que como Pablo, en un momento dado vio la luz, la verdad, y dejó sus negocios, que por casualidades de la vida, y ésto lo añade este vecino del mundo, coincidió con su jubilación y con el comienzo de la crisis.


Lo anterior estaba escrito antes. Es la una y media de la madrugada. Me he dado una vuelta por las nueve alturas que tiene el edificio, y por las tres escaleras. Como hubiera dicho la Ana Botella de nuestro edificio, las manzanas podridas han debido de contagiar a las sanas, si es que lo eran, porque tras este paseo tardío he constatado que no ha habido ni una altura, ni una sola, que no estuviera viendo la peli porno del día, o mejor dicho, de la noche.


Debe de ser verdad eso de que si no puedes con el enemigo, únete a él.

*FOTO: DE LA RED