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lunes, 27 de octubre de 2014

DÁNDOLE LA VUELTA A LA TORTILLA

Algunas veces la simple visita a un supermercado  o lo que se ha dado en llamar ahora una gran superficie, puede dar para mucho, incluso para plantearse dudas existenciales.
¿Por qué si en la sección de panadería vas a comprar la típica y simple barra de pan, y es la última, tienes un alto riesgo de que esté rota? Hoy concretamente he cogido las dos últimas barras, y no es que estuvieran las barras medio rajadas, sino que estaban totalmente “amputadas”. Se hubiera necesitado dos equipos de médicos panaderos para intentar juntarlas en una operación que se me antoja demasiado arriesgada y cara como para ser llevada a cabo.
En este tipo de casos la gente, es decir, nosotros, porque la gente está compuesta por muchos nosotros que al final se convierten en ellos, suele aplicar el axioma, y con perdón, “maricón el último”, también conocido como “el que venga por detrás que arree”.
Además si preguntas a cualquiera seguro que tiene una razón especial por la que ese pan roto no le debe de tocar a él. La misma razón por la que hace muchos años, en una parada del metro londinense, recuerdo eso sí que era la “línea roja”,  la llamada “circle line” que pasa por el mismo centro de la capital británica, bajábamos muchísima gente de los vagones, y nadie vio a una mujer que a gritos pedía auxilio sangrando de manos y cara. Total, que este vecino la ayudó con los servicios de emergencia y policía, y llegó a su cita dos horas más tarde, con lo que se quedó solo, y sin el posible ligue con el que había quedado, ya que en esa época, finales de los setenta, no había teléfonos móviles.
Mucho tiempo después y hablando con un amigo sobre el citado suceso, me preguntó si había realmente valido la pena el perder un ligue en potencia por ayudar a alguien. Sin dudarlo le contesté que eso no se puede ni plantear ya que cada uno reacciona, como cree que debe, y dado que su razonamiento solo se basaba en resultados, digamos que, prácticos, le dije que también se podía ver el asunto, como que había tenido dos horas de clases de inglés puro, ya que aunque parezca mentira no por estar en Londres vas a poder practicar inglés con ingleses, digamos que, de pura cepa. 
Si quitas la cantidad de gente que está intentando aprender inglés, o los que ni lo intentan y están allí ganándose simplemente las habichuelas, o los espaguetis, o el cuscús, todo depende de dónde sean, es posible que la población londinense quedara en la mitad. Lo curioso del caso es que este razonamiento le pareció mucho más coherente que el mero hecho de ayudar por ayudar. Desde ese mismo día ese amigo pasó a ser simplemente conocido.
Volviendo al caso de hoy, al de los panes rotos, e intentando ver la parte positiva, al menos no he necesitado comprar una docena de huevos, y que fueran los últimos que quedaran, porque posiblemente solo me hubieran servido para hacer tortilla, eso sí, en cualquiera de sus dos variantes:  francesa o española. Para que luego digan que no eres tú siempre el último que tiene la decisión. 
Y bien pensado, quizás venga de aquí la expresión “darle la vuelta a la tortilla”. Para que luego digan.

*FOTO: DE LA RED