Esta noche estoy sólo en casa; no está conmigo ni el perro. Mi familia está pasando unos días fuera. Llueve, y hace mucho viento. En la televisión no puedo sintonizar ningún canal. Es raro porque es por cable y hace un buen rato que no se ve nada. La línea de internet funciona intermitante, banda ancha que se estrecha. No sé por qué pero comienzo a ponerme nervioso.
Se enciende automáticamente la pantalla del portatil, y después la webcam. Ahora me veo en la pantalla. Aunque voy con la misma ropa, mis movimientos en el portatil no se corresponden con los que estoy haciendo. Es el mismo escenario pero no recuerdo el momento. Me veo inquieto, mirando continuamente alrededor. Acabo de advertir una diferencia, el calendario zaragozano que está junto al espejo en la pared de atrás marca el día de mañana.
Llaman a la puerta en la casa del ordenador, mi otro yo empieza a sudar y no sabe cómo reaccionar. Tras unos segundos que parecen una eternidad, desaparezco de la pantalla y por los ruidos deduzco que me acerco a la puerta, y la abro. Se oye una disputa entre dos voces acaloradas que no reconozco, aunque una de ellas pueda ser la mía. Tras un chillido y una especie de aullido parece que se cierra la puerta. Durante unos segundos el mundo tras la pantalla se ha paralizado. Poco a poco algo rompe el silencio, una especie de roce amortiguado va creciendo. Al cabo de unos segundos la imagen empieza a temblar, y una especie de repiqueteo resuena en el escritorio de mi yo tras la pantalla.
Ahora aparezco completamente lívido, intento hablar y sólo puedo mover los labios sin ningún sentido. A través del espejo que tengo detrás, compruebo con horror que un rosetón de sangre viola mi espalda. En apenas unos segundos me desplomo a la derecha y desaparezco del campo de visión mientras suena un ruido sordo.
Los segundos se me hacen horas. La conexión se acaba de cortar. Miro alrededor, silencio total y penumbra. Me recuerda a la imagen que acabo de ver en el ordenador.
Tomo la decisión de que no voy a esperar a mañana. Irrumpo en mi habitación y empiezo a meter algo de ropa en un bolso de viaje. Cuando estoy a punto de abandonar la casa con rumbo a ninguna parte, creo oir unos pasos tras la puerta. En ese momento rompe la noche el reloj del pasillo gritando las doce.
* FOTO: DE LA RED