Nada
es lo que era, ni el tiempo, el meteorológico, es lo que era. No nos
hemos podido desprender de la ropa del invierno, y eso que lo hemos
intentado, y prácticamente ya estamos cortando leña y apilando
cosas viejas para la hoguera de San Juan.
Se
suele decir que el fuego es purificador, algo positivo tiene que
tener aparte del poder destructor de la hoguera.
Decir
la noche de San Juan, siempre ha sido algo muy especial
para este vecino del mundo.
Cuando
era pequeño, significaba el final de curso. Para ese día, para esa
noche, siempre estábamos de vacaciones, con cosecha de calabazas
o sin ella. La noche más corta, y una escusa para salir con los
amigos, y utilizar lo más parecido para un niño de lo que sería
una versión incandescente de la ruleta rusa.
Saltar
por encima del fuego, visto desde la mirada de un niño de entonces,
principios de los sesenta, era jugar a ser mayor y un toque de
rebeldía. Intentar asombrar a los demás, arriesgando lo mínimo
en el salto. Mejor saltar por las esquinas de la fogata - nos
recalcaban los mayores – ya que si te caes siempre tiene que ser
hacia un lado, nunca hacia el centro.
Pero,
en realidad, lo mejor no era el salto en sí, sino al final juntarte
con tus amigos y a hablar sobre ello, alardeando del mejor de tus
saltos, y de las sensaciones exageradas al infinito.
Este
vecino nunca ha pescado, pero se imagina que la sensación tiene que
ser la misma que cuando los pescadores ponen las palmas de sus manos
en paralelo para explicar el tamaño de sus piezas.
Ahora,
quizás, se nos ocurrirían más objetos, personajes y situaciones
para llevar a la hoguera en una especie de “akelarre”,
intentando exorcizar los malos espíritus, que en estos años se
están corporeizando en hombres de negro, quizás por el color
de su alma, si un día la tuvieron, con diferentes acentos, incluso
con acentos autóctonos y aspecto afable.
El
fuego también se puede llevar metafóricamente en la sangre, para
purificar todos nuestros actos y pensamientos del aire infectado de
reproches, malas palabras y actos que nos rodean.
Nunca hay que
olvidar ese toque, aunque sea el último, pero siempre de rebeldía.
*FOTO: DE LA RED
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