Con dos palabras, “ciclogénesis explosiva”, flotando en
el ambiente, amanece un nuevo día, en el que en una especie de duelo
al sol, quien más quien menos tiene el gatillo de la precaución
preparado, tras ver en los días anteriores la fuerza del mar, y que se ha ido,
dejando en el aire la sensación de que volverá.
Lo de la ciclogénesis da mucho miedo, especialmente
porque nadie lo entiende. Son palabras tabús, como cuando en el régimen
anterior querías referirte a Franco, y decías mil palabras diferentes
como: Paco, chaparro, el pequeño, en lugar de nombrarlo directamente.
Aunque este vecino, no sabe el por qué, al decir “ciclogénesis
explosiva”, a él le ocurre algo curioso. Se imagina a la vecina del tercero, La
Mari. Una cuarentona, rubia, todavía de buen ver, que ya nació separada. Lleva
una buena porción de todo, siempre bien colocado y apretado. Con ropa negra,
aunque no por luto, sino en un intento de que recuerdes “la etiqueta negra”.
Suelen ser muy divertidas las reuniones de vecinos,
porque ella siempre llega tarde. Las malas lenguas dicen que es para que se le
vea. Y los segundos, que parecen
minutos, entre que entra en la sala y escoge un asiento, se hacen tan
tensos como cuando las olas chocan contra el puente del Kursaal. Es una especie
de ruleta rusa en que nunca sabes a que vecino le va a tocar.
En esos momentos siempre suele haber un damnificado, y
suele ser el varón, siempre es varón, que está a su lado, al que pregunta sobre
lo que ya se ha hablado mientras se
acerca con su eterna sonrisa y le ofrece su cuello para que le cuente las
novedades.
Eso es una verdadera “ciclogénesis explosiva”, y te puede
ocurrir cualquier día, y en cualquier momento, porque lo mismo que la naturaleza
nos puede sorprender sin avisar, nuestra propia naturaleza nos puede poner en
un compromiso cuando bajamos nuestra alerta.
*FOTO: DE LA RED
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